Solo era cuestión de tiempo para que el general Mario Montoya llegara a lo más alto de su carrera militar. De la mano de Álvaro Uribe eso sería posible. El 21 de Febrero de 2006 Montoya asumió como comandante del Ejército y llegó con un plan claro: ganar la guerra. Para ello, según algunos de sus soldados, solo había un camino y era matar al enemigo.
el loco montoya
«Le decían el Loco Montoya. Se tomaba siete Red Bull al día y solo pedía ‘resultados'». Once testimonios como este forman parte del dossier en su contra en la JEP.
Su paso por la comandancia del Ejército coincide con el pico más alto de ejecuciones extrajudiciales para luego ser presentadas como bajas en combate, la macabra práctica de los militares que se conoció como los falsos positivos. Según la Fiscalía, entre los años 2006 y 2008 fueron asesinadas más de 1300 personas. Pero la cifra puede ser mucho más alta.
El 13 de Septiembre de 2018 Montoya compareció ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). En un hecho histórico, era la primera vez que un general de tan alto reconocimiento y daba su testimonio ante el tribunal, que lo vinculó al caso 03 Asesinatos y desapariciones forzadas presentados como bajas en combate por agentes del Estado. Sin embargo, el silencio del general fue el protagonista aquel día.
La JEP lo citó con base en doce testimonios en su contra por parte de militares que, durante sus versiones ante el tribunal, mencionaron su nombre y señalaron la responsabilidad del comandante del Ejército, quien instauró entre las filas una política basada en la presión por resultados operacionales y en la que las bajas era lo más importante.
Son casi cien horas de grabación. Varios de estos testimonios ya han sido conocidos por la opinión pública en informes periodísticos, como el del teniente coronel Gabriel de Jesús Rincón Amado, quien le dijo a los magistrados de la JEP que Montoya «pedía litros de sangre» o el de Paulino Coronado, el primer general imputado por la JEP por su responsabilidad en por lo menos 55 casos en el Catatumbo, entre otros.
El 26 de Noviembre de 2018 el coronel Santiago Herrera, quien fue comandante de la Brigada Móvil 15, una de las unidades involucradas en el asesinato de los 19 jóvenes de Soacha, entre Agosto de 2006 y Diciembre de 2007, se presentó ante los magistrados del tribunal de paz para narrar detalladamente su rol y participación en los falsos positivos en el Catatumbo.
Pero poco a poco fue apareciendo en su declaración el nombre de Montoya, a quien señaló de ser una persona que inspiraba miedo por su trato y amenazas y tenía una sola directriz: acabar con los «bandidos» para derrotarlos psicológicamente.
Para el coronel, Montoya sabía lo que estaba pasando en las filas del ejército e incluso describió la personalidad del excomandante para explicar por qué se habría presentado este fenómeno bajo su mando.
Mario Montoya aplicó lo que él llamó la «teoría de la inflexión física», como lo documentó el general Paulino Coronado, quien fue comandante de la Brigada 30 en el Catatumbo. En una decisión de peso, la JEP decidió imputarlo por «31 crímenes de guerra de homicidio en persona protegida». De esas 31 víctimas, 11 fueron asesinadas por el Batallón Santander y las otras 20 por la Brigada Móvil 15. Además, también lo responsabilizó por «24 casos de desaparición forzada […] en concurso, en cada uno de estos casos, con el crimen de guerra de homicidio en persona protegida». De estos casos, la mitad fueron ejecutados por el Batallón Santander y la otra mitad por la Móvil 15, las dos unidades pertenecientes a la Brigada 30, que comandó Coronado entre 2006 y 2008.
La presión por parte de los altos mandos era constante. Para Álvaro Uribe, presentar resultados a la opinión pública para demostrar que la guerra contra las guerrillas se estaba ganando era eje central de su política de Seguridad Democrática. En esa tarea, Mario Montoya era un aliado clave del presidente. Según Coronado, el entonces comandante del Ejército insistía constantemente en la necesidad de presentar bajas en combate. De hecho, desde la comandancia se clasificaban las divisiones, las brigadas y los batallones en un ranking de la muerte: quien presentara más bajas era considerado el mejor grupo.
Las presiones de Mario Montoya parecían reproducirse en la cadena de mando. Así como el general Henry Torres Escalante dijo que el comandante del ejército lo presionaba, él mismo reproducía ese discurso. Al capitán Jaime Rivera Mahecha le dijo que los derechos humanos en la guerra no existían y lo amenazó con Montoya para que lo retirara y le diera de baja si no cumplía con la orden que se le había dado.
La Fiscalía decidió imputar a Mario Montoya por su responsabilidad en 104 casos de asesinatos de personas para ser presentadas como bajas en combate. Sin mucha claridad, la entidad encabezada por Francisco Barbosa movió un proceso que estaba dormido pero que también cursa en la JEP, a la que Montoya se sometió desde 2019 al tribunal de paz para, según él, limpiar su nombre y explicar qué sucedió.
Hasta ahora Montoya no ha hecho ningún aporte en la JEP, solo se justificó diciendo que los soldados habían cometido esos crímenes por ser ignorantes y pobres, una explicación que despertó rabia entre las víctimas y compasión por parte de sus aliados. Pero son muchos los señalamientos en su contra, muchas las versiones que apuntan en su dirección. En 2008, cuando el general le presentó su renuncia a Álvaro Uribe, escribió en una carta que «nadie mejor que mis soldados pueden dar testimonio de mi gran dedicación para lograr para los colombianos, la paz que por años hemos anhelado». Ahora esos mismos soldados están dando testimonio de sus órdenes.