“Evitar los escotes pronunciados y las faldas cortas”, dice entre otras cosas el código de vestimenta que la oficina de Talento Humano de la Cancillería difundió entre sus funcionarios.
Y se desató la polémica. Al punto que al propio canciller le tocó intervenir: “no soy quien diga cómo debe vestirse la gente” y recordando que hace varios años, él mismo promovió la ley del derecho al desarrollo de la personalidad.
El instructivo de la cancillería para sus funcionarios va en contra de actitudes claramente abiertas como la de la ministra de Minas que no tiene problema en recibir a sus pares de otros países vistiendo cómodos tenis.
Para gustos, los colores. Y la ropa. Por eso pretender que los funcionarios o empleados vistan de tal o cual manera, siempre será motivo de discusión.
Especialmente en cuanto a las mujeres: no escotes, no faldas cortas, no uñas pintadas como les provoque. Solo falta incluir un detector de miradas para limitarles las dosis de amabilidad o quizá coquetería que puedan darle a sus ojos.
Los tenis, para hombres y mujeres, caen al nivel de pecado mortal. Y sí, está bien que en algunos escenarios la vestimenta obligue a cumplir ciertos estándares, pero prohibir a todos los funcionarios en todos los momentos el uso de esa comodidad, es una exageración.
Como es una exageración el uso de medias veladas. ¿Todavía se venden las medias veladas…?