La pandemia pasó de afectarnos en la salud a darnos bien duro en la economía. Era algo previsible y no se necesitaba ser ningún gurú para calcular los efectos que tendría paralizar el aparato productivo del mundo. Aparato que se reactivó una vez las vacunas hicieron su oficio y la humanidad salió de su encierro a demandar bienes y servicios que no estaban tan disponibles como antes.
La lógica de la situación hizo que muchos de esos bienes y servicios se encarecieran a niveles impensables porque, además, pocos calcularon que, en medio de la reactivación, el sistema de transporte de mercancías a nivel global llegara hasta a cuadruplicar sus tarifas: el flete por traer un contenedor proveniente de China a Colombia pasó fácilmente de 6 mil a 24 mil dólares. ¡Y no había contenedores suficientes! Es lo que se conoce como “la crisis de los contenedores” y afectó a todas las economías, pero fue especialmente fuerte con las de los países en desarrollo.
En el día a día de todos, las consecuencias son palpables. Como dependemos de la importación de insumos para fabricar los alimentos de aves, vacas y cerdos los precios en las tiendas se hicieron cargo de que todos supiéramos qué tan conectados estamos con el resto de la humanidad en aspectos de comercio: lo que pase en Ucrania se refleja en nuestros comedores. El caso de la guerra con Rusia, alteró la dinámica exportadora ucraniana que funciona como una despensa mundial en temas de trigo y maíz.
El caso del trigo y el incremento del precio en toda la cadena panadera hizo desaparecer el pan de 300 pesos, último sobreviviente de precio asequible que quedaba. Ahora el pan más barato es el de 500 pesos y su tamaño y peso se han visto tan disminuidos que en la mesa hay que poner el doble de lo que se ponía.
El maíz también ha subido significativamente y por tanto el precio de las arepas. Pero frente al pan, la arepa de maíz se lleva todos los aplausos. Sin entrar en detalles sobre valores nutricionales y menos sobre gustos y preferencias, me atrevo a hacer esa defensa de la arepa por lo que forma parte de nuestra gastronomía regional y nacional, porque sale con cualquier plato, porque es fácil de elaborar y porque no hay estómago que se queje después de su consumo como sí pasa muchas veces con el pan. Además, podemos cultivar maíz de manera relativamente fácil lo que no sucede con el trigo.
Desde la arepa con huevo de la costa, pasando por la antioqueña con o sin sal hasta llegar a la boyacense que incluye panela y queso fresco, la arepa es versátil, deliciosa y sola o acompañada, constituye fácilmente una comida. Nuestros amigos venezolanos nos han traído con su diáspora, virtudes de la arepa que quizá no conocíamos como sus rellenos infinitos.
Aparte está el tema de los cientos de miles de personas que viven de hacer arepas. Excepto en Medellín donde irónicamente es casi imposible conseguirlas por decisión del municipio, en todos los barrios populares de Colombia se encuentran asaderos de arepas en calles y andenes.
Hay que fomentar el consumo de arepas. Por salud, por ahorro en el mercado y por apoyo a sectores de la población que tienen en su fabricación y venta una fuente importante de entradas.
Adaptando el refrán español, a falta de pan (por su exagerado precio), ¡buenas son arepas! (por todo lo dicho).