En pocas semanas, gran parte de la región cafetera colombiana empezará la cosecha de café, la grande, la importante, y las economías locales se preparan para el evento que las mueve y las dinamiza como ningún otro en el año.
En esas pocas semanas que faltan para que las compraventas de café y las cooperativas del ramo en ciudades y pueblos empiecen a recibir lo recolectado, el caficultor pasará de ganar a perder si el precio interno sigue como viene: en caída libre y sin barranco que lo ataje.
La gráfica que acompaña esta columna fue tomada del diario La República y en ella puede verse la estrepitosa caída del precio interno: de $1’612.000 la carga en junio 15 a $ 1’543.000 en junio 21. En menos de una semana, el precio bajó $ 69.000 por carga y la tendencia indica que seguirá bajando.
Ese es el precio de la carga de 125 kilos lo que equivale a 10 arrobas (la arroba es la unidad de peso del caficultor pequeño y mediano, o sea, de la mayoría), es decir $ 154.300 cada una.
Cuando el cultivador vende una arroba de café en la compraventa o en la cooperativa de caficultores, es porque recogió el equivalente a 5 arrobas en cereza, es decir, unos 63 kilos. Solo el costo de la recolección de esos 63 kilos puede estar en 63 mil pesos, suponiendo que encuentre recolectores dispuestos a recibir como pago $1.000 por kilo.
De lo recibido por cada arroba de café vendido a las tarifas descritas, solo el costo de recolección se lleva el 40%. Con insumos que hasta hace pocas semanas no paraban de subir y que andan por los cielos bajando muy poco y solo en algunas referencias, la rentabilidad se reduce dramáticamente acercándose peligrosamente a la condición de pérdidas.
Son más de 500 mil familias las que en Colombia viven de su cafetal, que invirtieron durante todo el año tiempo y plata en su parcela, para que ahora, en vísperas de cosecha, se encuentren con la amarga noticia de un precio interno que se convierte en la peor plaga pues contra ella no pueden hacer mucho.
No solo a los pequeños golpea esta cruel realidad. También a los medianos y grandes, pero a esos niveles pueden existir mayores márgenes de maniobra, ser más amplio el rango de acceso a los recursos financieros o buscar en el producto finalizado (café molido de marca propia o maquila a terceros), opciones que incrementen su ingreso.
Si la tendencia sigue como va, en plena cosecha el precio interno no cubrirá los costos de producción y se acabarán los meses de los buenos precios que permitieron a los cultivadores un respiro después de años muy difíciles. También las economías locales se verán afectadas fuertemente pues en época de cosecha cafetera el dinero se mueve, el comercio renueva inventarios y, desde luego, el cafetero guarda su provisión para los periodos en que no hay grano.
Esa realidad hace evidente que los esfuerzos gubernamentales y del gremio representado en la Federación de Cafeteros, debieran enfocarse en impulsar la actividad para pasar de vender granos de café a comercializar producto terminado. Ya hay muchas marcas de buenos cafés, pero son esfuerzos pequeños, quijotadas en muchos casos, flores de un día que no resisten en el tiempo y se chocan de frente con las, a veces, turbias aguas de la comercialización y la competencia.
Es hora de pasar de exportar costales de fique marcados con Colombian Coffe, a poner en todos los supermercados del mundo un café marca Juan Valdés que compita con las marcas de las multinacionales que pagan una nimiedad por el derecho de usar la marca colombiana en sus productos que casi siempre son mezclas cuyo contenido de café nuestro es mínimo.
Me dirán que ya existe Juan Valdés. Sí, la marca existe y tiene varias presentaciones. Eso es bueno, pero voy más allá: competirle a Nestlé, Starbucks, JDE Peets, pellizcar algo de sus más de 50 mil millones de euros de facturación anual.
El café no debe quitarnos los sueños.