Por Habib Merheg Marún

En El Padrino -que para muchos críticos de cine es la mejor producción cinematográfica de la historia-, Vito Corleone  -el máximo jefe de su clan mafioso-, hacía “ofertas que no se podían rechazar…”. Quien se negara se atenía a las consecuencias que invariablemente incluían temibles amenazas llevadas por mensajeros de gabán, sombrero de ala ancha, sonrisa macabra y, claro, balazos.

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¿Ficción?

Para quienes no han tenido la amarga experiencia de estar en medio del conflicto en calidad de cualquier cosa (empresario, campesino, líder social, simple ciudadano de a pie), le puede parecer solamente fantasía de Hollywood.

Para el resto, no.  Corleones de todos los pelambres han estado al acecho de todos y siempre mantienen su oferta que “no se puede rechazar…”. O se está de acuerdo o se atiene a las consecuencias.

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Aunque los métodos pueden ir desde los mucho más sutiles hasta los más bárbaros respecto a los vistos en la producción, en Colombia hemos estado sometidos a tratamientos mafiosos como los de El Padrino.


Un caso que podría calificarse de aberrante sino fuera porque en esta Colombia nuestra ya lo adjetivos dejaron de tener fuerza calificadora, es el de Buenaventura.


Aquí hay dueño del plátano, de los huevos, de la leche”, dice el obispo de la diócesis del puerto, monseñor Rubén Darío Jaramillo quien debido a sus denuncias y a las amenazas de muerte que le han llegado, hoy anda fuertemente custodiado. Y agrega que nada se puede negociar si no se paga la debida suma que cobran los bandidos.

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Para construir una casa, hay que pagarles dos millones de pesos. Si es de dos pisos, un millón más”, denuncia.
¿A quién se le paga?: A los cientos de “vitos corleones” que las múltiples causas del crimen han parido y que fusil (¡fusil!), en mano, patrullan las calles de la ciudad.

La situación es cíclica. Desde 2001 más o menos ha venido sucediendo lo mismo. El Estado atiende los reclamos, agarra dos o tres, los demás se esconden mientras los refuerzos policiales son retirados y vuelve el caos.

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¿Qué empresario grande, mediano o pequeño resiste? El que pague. Así de simple. La ciudadanía enfrentada al fusil, a la amenaza, a la bomba.

La otra opción es huir, dejar todo, trasladar el negocio a otra parte. Pero entre cualquiera de ellas o quedarse bajo la amenaza permanente de la extorsión, la mayoría terminan conviviendo con ese estado tan deformado de las cosas buscando proteger su patrimonio, su vida, sus empleados.

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No es solo Buenaventura, desde luego. Y no es solo en esta época. Con diferentes actores de lado y lado, la película se repite por toda Colombia a través del tiempo.

Duele. Porque sumarle una dificultad más al ya difícil entorno de hacer empresa, lo que produce es más pobreza, mas abandono y, como todo el mecanismo está conectado, nacen más y más “corleones” que vuelven eterno el problema.

Habib Merheg Marún