Que alguien pueda llevar al hombro un bolso cuyo valor supere los 13 millones de pesos colombianos o más, es un asunto difícil de asimilar por quienes no comprenden hasta dónde la sociedad de consumo ha transformado los gustos y preferencias de las personas y de cómo ha sabido manipularlos para que cada vez se gaste más en cosas que seguramente no se necesitan y de cómo personas y empresas acuden a todo tipo de estrategias para vender y vender.

El caso de la diseñadora de bolsos colombiana Nancy González detenida con fines de extradición por parte de la Fiscalía y la Policía el pasado fin de semana y las consecuentes noticias sobre el hecho, han permitido ver que lo que inicialmente se presentó como un caso motivado por el uso de pieles de animales en peligro de extinción no era tal. Se trataba de algo más, por decirlo de alguna manera, ordinario, un truco de la más pura y mal entendida “malicia indígena”: para evitar trámites de importación engorrosos y que ponían en riesgo el cumplimiento de compromisos de entrega de sus productos en Estados Unidos, la señora González decidió quizá inocentemente, mandar los bolsos como si fueran artículos de uso personal o regalos que las personas contratadas para tal efecto por parte de la empresaria, pasaban por la aduana sin mayor inconveniente. Una vez ingresaban, iban a parar a los mostradores de las más exclusivas tiendas o directamente a las manos de exigentes compradoras.

Pero la justicia estadounidense detectó el truco, le abrió un proceso y la pidió en extradición.

El crimen, por más filigrana y más cara de inocente que tenga, no paga. A ella y a dos capturados más les esperan penas que podrían llegar a los 25 años.

Habib Merheg Marún