Opinión: Iván Cancino
En 2007, cuando la investigación en la Corte Suprema de Justicia por la llamada parapolítica era un vendaval, el entonces presidente Uribe les solicito a los congresistas que estaban en la mira del alto tribunal que, mientras eran investigados votaran en el Parlamento las iniciativas que su gobierno impulsaba, como quiera que no existían pronunciamientos de fondo en los respectivos casos.
Con relativa razón, al hoy exmandatario casi se lo comen vivo sus malquerientes de extrema izquierda y de los medios de comunicación. Eso le dijeron de todo. El comentario más benigno fue que su petición era algo así como cohonestar con el delito y consecuentemente con los criminales.
Doce años después, la historia se repitió de cierto modo. El (otrora) respetable profesor Antanas Mockus, cuya elección como senador fue anulada hace algunas semanas por el Consejo de Estado, se apareció el jueves en el Congreso para votar (en favor de las Farc) el espinoso tema de las objeciones a seis artículos de la Ley Estatutaria de la JEP.
De acuerdo con el político verde, su presencia en el Legislativo obedeció a que la sentencia en su contra no estaba ejecutoriada. Por tanto, explicó, “cumpliré con mis deberes de congresista hasta que los límites legales me lo ordenen”. Al final, Mockus no votó porque los integrantes de su movimiento abandonaron la plenaria del Senado. En todo caso, que a nadie le quede duda de que, si hubiese podido, hubiera votado una y mil veces.
Hace algunos días, en este mismo espacio, apoyé la decisión del Consejo de Estado (por haber sido en derecho), defendí a Mockus como ciudadano de bien y lo califiqué como una víctima de Santos y de su paz con las Farc. Hoy, lamentablemente, tengo que reconocer que me equivoqué.
El autodenominado político de las buenas costumbres, con su intento de voto en favor de los intereses de los guerrilleros –léase narcos, terroristas, secuestradores y violadores de niñas y niños–, quedó retratado tal como es: un fiel exponente del todo vale.
Me explico: así lo nieguen, Mockus y sus seguidores tienen claro que fue sancionado con razón. El hombre resultó elegido senador a pesar de que no podía por haber suscrito con el Estado millonarios contratos para que hablara bien de las negociaciones de La Habana.
Entonces, cual leguleyo, Mockus intentó votar el jueves con el argumento de que el fallo del Consejo de Estado aún no estaba ejecutoriado. Profesor: si usted es consciente de que fue sancionado, ¿por qué se aferra a un papel o a una firma para amañar las cosas en su favor? Yo creo, profesor, que usted es de los que piensan que, si el cajero de un banco se equivoca en su favor y le da más plata, “allá él por pendejo, yo no tuve la culpa”.
Qué decepción, profesor. Estoy seguro de que, si usted está en una competencia de atletismo y los jueces están despistados, agarra el primer atajo para sacarles ventaja a sus competidores. Que pudiera o no votar porque un papel del contencioso administrativo no llegó a tiempo, es lo de menos. Lo de fondo es que el Mockus que tanta honestidad pregona es de los que se cuela en un teatro si el portero se descuida. Claro, él tiene una ventaja: la gran prensa bogotana mira para otro lado cuando lo ve hacer vergüenzas como esta, o como cuando se baja los pantalones en público.