Opinión: María Elvira Bonilla
Grave error político el del presidente Iván Duque, que a la postre le puede salir bien caro a él pero sobre todo al país, es confundir una supuesta firmeza con testarudez. Terquedad. Obstinación.
Antes de que se caldearan los ánimos y que escalara el conflicto en el Cauca, los indígenas pidieron para comenzar a conversar la presencia del presidente Duque. Este envió a dos representantes, la Ministra del Interior y el comisionado de Paz Ceballos, que claramente no han dado la talla. A la contraparte de la mesa ni le generan confianza ni se perciben empoderados para resolver nada. Pedían a Duque, entre otras porque es demasiado larga la cadena de incumplimientos con la rúbrica de ministros y delegados, empezando por la del coterráneo Aurelio Iragorri Valencia, sin resultados en el tiempo.
Pero el Presidente se empecinó, desde un comienzo, diciendo que no se sentaría con los gobernadores indígenas, que para los pueblos indígenas significa una jerarquía mayor. Nada que ver con la representación de un ministro o un consejero, fusibles políticos sin pesos representativo. Y en esto los símbolos cuentan.
Grave error considerar que el sentarse a escuchar a interlocutores directos sea ceder o ser débil, cuando el ejercicio de la autoridad está precisamente en la capacidad de maniobrar para encontrar soluciones, y es esto justamente lo que le genera respeto a un gobernante. Para ejemplo, Álvaro Uribe, el mentor y soporte político de Iván Duque, quien es un maestro en poner la cara para solucionar los problemas.
En noviembre de 2008, sin resquemores ni terquedades, viajó al Cauca a frentear la minga indígena. Llevaban 20 días con la carretera bloqueada por el incumplimiento de los acuerdos firmados cuatro años antes también en el gobierno Uribe. El Presidente llegó hasta el resguardo La María en Piendamó, junto al gobernador del Cauca Guillermo Alberto González y el ministro del interior Fabio Valencia Cossio. No faltó el himno nacional, y por parte de los indígenas tomó la palabra la gobernadora Aida Quilcue. El bloqueo de la Panamericana se levantó.
Una lección que debía tomar en consideración el Presidente y buscar a como dé lugar caminos de diálogo, con la autoridad de su cargo sin necesidad de enredarse con protocolos decimonónicos como el de esperar que los indígenas vengan a Bogotá a reunirse en el Palacio de Nariño.
Tampoco se trataría que el presidente Duque, como han hecho sus antecesores, especialmente Juan Manuel Santos, acceda irresponsablemente y sin respaldo presupuestal a los requerimientos de quienes están movilizados, Pero sí hay que oírlos porque como lo he planteado anteriormente, los paros indígenas del Cauca son el reclamo a sucesivos incumplimientos gubernamentales durante más de dos décadas.
El caramelo ayuda a solventar las crisis, algo en lo que era experto Aurelio Iragorri Valencia como ministro de Agricultura del gobierno Santos quien firmó compromisos a sabiendas de no poder cumplirlos, por la urgencia del levantar el paro agrario que ahogaba el gobierno. Pareciera que ha llegado la hora de sincerarse tanto presidente Duque como Minga porque si bien los indígenas pueden ser muy radicales también son realistas y un cara a cara, con la verdad en la mano despejaría el camino para salir de este atolladero y evitar que el problema se crezca aún más.