No existe esfuerzo sin error y sin dificultades. Pero por temor a equivocarnos no podemos inmovilizarnos. Dejar de actuar, de decidir. Eso es lo que hace la diferencia entre los que se atreven a cambiar las costumbres establecidas, a innovar, a enfrentar la decadencia.

Lo que acaba de sucederle a Antanas Mockus no es extraño. Está en el presupuesto de todo emprendedor. Lo importante es que a pesar de la enfermedad que lo visita, debe defender ante la justicia su buena fé para lograr restablecer su representación como senador. Y si no lo logra, meterse a la ducha, lavarse esa derrota y emprender un nuevo esfuerzo para transformar la conciencia colectiva como siempre se lo ha propuesto. A las ideas jamás podrán matarlas .

Ni sus adversarios, ni su Parkinson van a evitar que hasta el último día de su existencia presente su testimonio esperanzador.

Espero que este episodio igualmente sirva para reflexionar sobre esa máxima de la justicia según la cual «dura es la ley, pero es la ley». Y lo digo porque en donde queda también el deber valorativo de con qué intención obró Mockus. Y si es deber también de nuestros jueces interpretar las circunstancias que rodearon su proceder. Eso es lo que nos diferenciará siempre de los robots y de las máquinas. Y sobre todo de los absolutistas.

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