OPINIÓN: JAIME OREJARENA GARCÍA
Cuando la congresista Cathy Juvinao le contó a su compañera de tertulia, la ex fiscal Angélica Monsalve, que su objetivo de vida era ser elegida senadora por varios períodos y luego jubilarse e irse a vivir a una isla caribeña, la envidié. Cuando meses después se supo que la Juvinao se le había volteado a la interlocutora (como se le volteó a Petro), mi envidia por ella desapareció, pero se mantuvo la que me despertó su anhelo de jubilación. Quise ser juvinao, quise ser jubilao.
Una envidia sana, despertada por el anhelo del disfrute sano de los goces paganos, placeres que solo se satisfacen con plata, con mucha plata y ya sabemos que sueños como los de la congresista vapeadora, solo son realizables con sueldos de parlamentario o ejerciendo ciertas actividades no muy santas, lo cual viene a ser casi lo mismo…
A estas alturas de la vida, alcanzar una curul en el Congreso es para mí un asunto complicado. No solo porque me produce alergia todo lo que allá sucede, sino porque carezco de las capacidades que se requieren para ser, siquiera, candidato a algo: cuando miento, me pillan; cuando prometo, cumplo; cuando digo sí, es sí y no es no; me precio de saber leer de corrido, hice bachillerato completo, pago impuestos, en fin, ningún partido me daría el aval para participar en una campaña por carencia de defectos mínimos.
La otra opción que me acercaría al sueño, sería delinquir. Pero, dentro de mis virtudes, está que soy gallina y aún me queda algo de moral. Ni para campanero de una banda sirvo.
Tendría que pensar en una solución, digamos, intermedia. Como las de medio país que, o está en la politiquería o en el delito, pero no son tan evidentes y pasan como ciudadanos casi ejemplares pues son amigos del que decide o del que tiene el billete y no se andan preguntando el origen de la plata.
Pero pasa que tampoco tengo ese tipo de amigos. Bueno, ni de ese tipo, ni de ninguno. Me toca jugármela solo haciendo algo que “no dé mucha cárcel” como diría el abogánster, aquel defensor casi negado de Uribe.
Desde hoy me dedicaré a buscar al jíbaro de Petro. Reconozco que no será tarea fácil pues todos los que le andan armando la caída al presidente lo deben estar buscando para que, por fin, puedan demostrar que el hombre es drogadicto.
¿Se imaginan el cajonado de plata que puede cobrar ese jíbaro? ¿Les cabe en la cabeza la cifra que le pueden ofrecer para, de una vez por todas, demostrar lo que muchos dicen y nadie ha probado?
El dealer de Petro sabe más que Benedetti y Laura Sarabia juntos y puede hacer más daño.
Si los que acusan al presidente de ser drogadicto lo encuentran, hallarán su talón de Aquiles. El que no han podido encontrar ni con chismes, montajes, bloqueos en el congreso, fuego amigo y enemigo.
Entiendo que es más fácil ganarse el Baloto, pero si llegara a encontrarlo, aspiro a, mínimo, una pequeñísima comisión de lo que reciba por haber sido yo el primero en llamar la atención –en una columna que nadie lee, pero algo es algo…-, sobre su importancia y su valor.
Espero también que Fincho Cepeda, los Gaviria, Cabal, Leyva, los “grandes” periodistas, la mona de Uribe y todos los que no han dejado de pensar en tumbar a Petro desde que se posesionó, me reconozcan algo.
Aunque soy pesimista. Encontrar un jíbaro que toda la oposición debe estar buscando hace años, es cosa imposible. Si Petro le diera a la maracachafa o le jalara al perico, alguien debería surtirlo de manera discreta porque, si bien el tipo hace sus pendejadas, nadie se lo imagina saliendo a la esquina de la Plaza de Bolívar a conseguir la dosis con cualquier vendedor de cigarrillos que en su chaza lo vende a la vista de todos.
Si existiera un jíbaro, ya lo habrían hallado.
Me conformaré con seguir envidiando a la Juvinao.
OPINIÓN: JAIME OREJARENA GARCÍA