Definitivamente somos un país donde el liderazgo del verbo es lo que caracteriza a la mayoría de quienes tienen el encargo de gobernarnos. En tiempos de otrora, se hablaba de La Palabra Empeñada y las personas dignas no necesitaban de cargos públicos o de poder económico, todo giraba a la solidez de la palabra dada en empeño.
La palabra como instrumento de guerra o de paz, como precursor de conflictos o de convivencia. En un mundo donde los espacios se reducen y la población se siente agonizando por la falta de todo a veces, la palabra es por derecho propio constructora de maestros o de sicarios.
Podemos decir que esa puede ser una gran cualidad, si con él movemos ideas o persuadimos lealmente a nuestros seguidores o transmitimos con el poder de la palabra, lo mejor de nuestros sentimientos.
Pero generalmente lo que sucede entre nosotros es que no hacemos lo que decimos. O sea, no somos consecuentes. De allí el desprestigio de la dirigencia.