Opinión: Habib Merheg Marún
Así como los meteorólogos pueden determinar con precisión el lugar y la fecha en que se forman los huracanes y calcular su recorrido con exactitud, reconocidos economistas de todo el mundo vienen dando aviso sobre lo que para ellos sería la “tormenta perfecta” que puede revolcar el planeta a niveles no vistos antes.
Los vientos catastróficos empezaron con la pandemia y el correspondiente aislamiento entre los ciudadanos. Con compras y ventas en cámara lenta, la producción de bienes y servicios se vino al piso y los indicadores señalaron que los daños serían de “categoría 5”. Se quedaron cortos, tal vez. Porque a los vientos huracanados que duraron más de un año (aún en China, la segunda economía del planeta soplan fuerte con cada incremento de contagios), y pasado el aislamiento, la economía intentó recuperarse con un rápido aumento de la demanda y una oferta a paso de tortuga en parte debido a que los barcos que transportan los contenedores con la carga, primero no dieron abasto y, segundo, pusieron las tarifas que quisieron con cobros hasta 3 veces lo que cobraban antes de la pandemia.
El componente de rayos y centellas que toda tormenta debe tener vino de lugares y motivos que nadie sospechó: Rusia decidió invadir a Ucrania. El efecto inmediato fueron las sanciones económicas y de todo tipo al agresor impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea y la respuesta de Putin cuyas consecuencias aún no se ven por completo pero que, a pocos meses del invierno, tienen a países como Alemania pensando en si deja que sus ciudadanos se congelen o tranza con Rusia para que no le cierre de todo la llave del gas con el cual se calientan los hogares bávaros. Y con Alemania, varios países están en la misma situación.
La invasión rusa y el cierre de los puertos ucranianos nos hizo ver la importancia que tenía Ucrania en la alimentación del mundo: cientos de miles de toneladas de trigo, maíz y girasol dejaron de llegar a varios países lo que contribuyó a encarecer más el precio de los alimentos en gran parte del mundo.
Producto de todo lo anterior, el componente agua de la tormenta llegó en forma de olas gigantescas que, si bien no han alcanzado la orilla, ya se vislumbran a lo lejos con todo su poder de destrucción: recesión e inflación.
La decoración de esa escena dantesca la componen gobiernos y países que aún no leen las señales, están atrincherados en su propia terquedad o pasan por momentos de transición de gobierno como Colombia.
Las señales que los vientos de la tormenta ya llegaron, son inequívocas: Panamá sufre protestas en las calles por su gasolina a 6 dólares por galón, en Argentina su presidente amenaza con renunciar, Ecuador acabó de pasar por tres semanas de protestas por altos costos de la canasta familiar, el dólar en Colombia ha subido 500 pesos en tres semanas… Y en el resto del mundo si bien las protestas no han alcanzado la calle, el alto precio de los combustibles provoca incrementos en todo el resto de la cadena y la recesión que anuncian los expertos, tarde o temprano llegará con sus consecuencias a cada puerta.
Solo las economías preparadas o los gobiernos audaces que tengan la capacidad de adelantarse a los hechos tomando las medidas adecuadas, podrán pasar la tormenta y llegar a buen puerto.