La pandemia puso de moda tener finquitas fuera de las ciudades, donde es más pasable estar confinados. Estas fincas, o mejor fincos machos, tienen la característica de producir las naranjas, los limones, los huevos y algunas de las hortalizas, más caras del mundo.

El poseedor de un finco nunca deja de construir; requiere ampliaciones permanentes, para meter cuanta chuchería sobra en la casa de ciudad, no solo de la propia, sino de la de los vecinos y de cuanto pariente que tenga un trasto viejo que le sobra.

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Lo delicioso de los fincos es que siempre que uno llega hay algo dañado; por lo general, el agua o la luz; por supuesto que, los inodoros siempre están atascados; las vías de acceso, con el invierno, se vuelven chicuca (eufemismo para no decir mierda).

Tener una finquita en tierra caliente o fría es una de las nuevas tendencias, no solo de los llamados estratos altos y medios, pequeños burgueses, que llaman. Los trabajadores comunes y corrientes, con cualquier ahorrito, ambicionan tener su casita en el campo, para huir de las ciudades.

La mejor época de los fincos machos (no producen nada), es cuando están en construcción o ampliación; volarse del trabajo, por la tarde, para ver cómo va el maestro constructor y la última embarrada que hizo, produce una adrenalina especial.

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La otra gran característica de los fincos es que sus dueños son todos arquitectos frustrados; diseñan, contratan obreros de construcción y hacen cuanto adefesio se les ocurre.

La diferencia entre la casa urbana y la rural es que en la finquita toda incomodidad se perdona. Las piezas pueden ser diminutas, la cama dura y el agua fría; entre más pinchados y exigentes sean los personajes en la ciudad, más humildes son en sus fincos; algunos por avaros y otros por gozar de la sencillez.

Conozco encopetadas damas durmiendo en diminutos cuartitos, en pequeños hornos crematorios y hasta en contenedores del finco, alardeando del delicioso clima que ahí se respira y, muy distinguidos doctores, metidos hasta de cocineros, cuando antes ni sabían dónde quedaba la cocina; las maravillas del campo.

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Lo rescatable de todo esto es que, la rularía se ha visto impulsada económicamente y sus habitantes han encontrado fuentes de trabajo generalmente dignas. En los fincos machos, el mayordomo o encargado es el que manda, el patrón es figura decorativa. Cuando aparece una alimaña nadie llama al dueño, se suplica la presencia de Edilberto, que es el putas para matar cucarachas, alacranes, ratones y hasta culebras. El cobarde del esposo finquero está encima de la mesa.

Capítulo aparte merecen las vestimentas de estos nuevos habitantes del campo; la mayoría se pone ropa que llevaba guardada años en los armarios; las señoras, amplias batolas y, los caballeros, jeans que casi no les cierran y bermudas desteñidas, con medias tobilleras. Claro que no faltan los que se visten de exploradores, con sus trajes Columbia.

La sencillez de la vida del campo ha servido para entender la importancia de la seguridad rural y para valorar la honradez, la dedicación y la alegría de nuestros campesinos.

Mi único consejo para quienes se están iniciando en este maravilloso mundo de vivir en zonas rurales, es que nunca aspiren a vivir de sus fincas, ni a vivir para sus fincos, dedíquense a vivir su finca con alegría.

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Ñapa: La reforma tributaria ha tomado otro rumbo, gracias a la intervención de Duque, que demostró que ni el mismo sabe lo que ahí dice. Se enteró por una periodista que estaban gravando hasta los entierros. Uribe y sus amigos propusieron una distinta; los demás partidos la rechazan de plano. Luego, tengan la certeza de que van a aprobar gran parte de la misma. Los Congresistas se venden por un bistec a caballo, acompañado de puestos y contratos; se acordarán de mí.

Ñapita: La última columna de coscorrón Vargas Lleras es, sin duda, su lanzamiento de precandidato presidencial, ¿qué dirán los Char?

Ñaputa: El caballero del campo Jimmy Mejía sigue secuestrado.Exigimos su liberación.

Habib Merheg Marún