Habib Merheg Marún

Confundido entre el interés por opinar contra el gobierno y una supuesta y sorprendente sabiduría sobre el complejo mundo cambiario, nos hemos visto de repente ante los trompeteros del libro final anunciando que el precio actual del peso frente al dólar es una señal inequívoca de que debemos confesarnos porque el fin del mundo se acerca y arderemos, todos, en el fuego eterno del apocalipsis cambiario cuyo demonio principal, Petro, quiere llevarnos a lo profundo del averno sin visa, cual Reino Unido de las llamas sempiternas.

La ignorancia crasa atropella el entendimiento y las redes sociales sumadas al potente parlante de algunos medios que uno no sabe si son o se hacen, tienen al colombiano del común –aquel que en su vida ha tenido nada qué ver con el dólar-, a punto de pensar en salir a las manifestaciones contra Petro solo porque sí, porque para él, el mundo se va a acabar.

Primero que todo, la devaluación del peso es un fenómeno que afecta a la moneda colombiana y a TODAS las monedas del mundo. Las razones radican en los efectos post pandemia, la invasión de Rusia a Ucrania y las medidas que el gobierno de Estados Unidos está tomando para proteger su economía. Seguramente que algunas opiniones de funcionarios del gobierno Petro habrán podido incidir en el cambio, pero pretender que un funcionario de un país del tercer mundo tenga poder como para influir en la tasa cambiaria así porque así, está más cerca de la fantasía que de la realidad. Sobre todo, cuando al frente de la Hacienda del Estado hay un hombre serio como Ocampo.

Y segundo, hay que mirar a aquellos que van para el cielo y, obviamente, no van llorando. La tasa cambiaria perjudica a algunos, pero a muchos beneficia. Es la otra cara del billete, la de los exportadores.

Las más de 500 mil familias que en Colombia viven de la caficultura, se benefician del cambio hoy como nunca desde las épocas de la llamaba “bonanza cafetera”, por allá en el gobierno de López Michelsen. Recibir dos millones y medio por carga es un precio directamente relacionado con la tasa de cambio que, sumado al buen precio en la Bolsa, beneficia al cultivador.

Esa otra cara del billete también incluye a los floricultores que tienen en la exportación su mercado más grande e importante. Y a los cultivadores de aguacate y a las miles de familias que reciben giros del exterior, renglón de la economía que aporta miles de millones en divisas.

Así que antes de pregonar el fin del mundo por el precio del dólar conviene reflexionar sobre sus causas y valorar en justa medida a quién perjudica y a quién beneficia sin acudir a mensajes facilistas que al final solo trasmiten la ignorancia de quien los genera y la confusión de quien los recibe.

Siempre es mejor mirar la otra cara… del billete.

Habib Merheg Marún