OPINIÓN: MAURICIO GUZMÁN CUEVAS

El mundo entero a través de los medios informativos ha conmovido al planeta con la noticia del fallecimiento de la Reina Isabel II del Reino Unido a los 96 años de edad y 70 de reinado.

Han recreado su historia personal; los acontecimientos vividos como protagonista; su personalidad y desempeño como soberana de 14 estados independientes constituidos en reino y que forman parte de la Mancomunidad de Naciones: Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Jamaica, Bahamas, Belice, Granada, Papúa Nueva Guinea, entre otros.

Las nuevas generaciones poco ilustradas desconocen que la monarquía fue el más antiguo sistema de gobierno que se dio la civilización y que el origen de su poder emanaba de Dios siendo vitalicias y hereditarias. 

Se manipuló por siglos la versión que el monarca conversaba con Dios y por tanto sus decisiones eran incontrovertibles por injustas que parecieran. 

Más tarde cuando el rey moría su hijo mayor lo sucedía pues se aseguraba que tenía bendición divina y por sus venas corría sangre superior.

Con el paso del tiempo la estupidez de semejante doctrina sobre el poder en una sociedad fue desatando el malestar de los súbditos ante los abusos de esos monarcas o de su incapacidad para gobernar.

Hoy las que quedan han evolucionado trasladando su poder parcialmente al pueblo y otras, sus reyes son figuras decorativas.

La del Reino Unido es hereditaria, constitucional y parlamentaria.

Isabel II se puede despedir de esta vida con admiración porque enalteció a la mujer por su capacidad, equilibrio y fortaleza para cumplir con sus funciones. 

«Terminó una era histórica. 70 años de servicio. Ningún presidente podría unir y mantener unido a un país como lo hizo ella, manteniendo una posición por encima de la política», comentó mi tío inglés Francois Dolmetch, al registrar su muerte.

De acuerdo, fue ejemplo de mujer líder, asumiendo con responsabilidad el encargo de estar por encima de las disputas políticas, las confrontaciones ideológicas y cuando tuvo que encarar la guerra lo hizo sin titubeos enfrentando a las fuerzas desafiantes contra el bienestar del reino.

Hoy la sucesión al trono la tiene su hijo Carlos que como rey buscará continuar su legado y recibir el respaldo ciudadano para darle continuidad a la monarquía.

Son cada vez menos las naciones que sostienen una monarquía actuante y aunque la del Reino Unido goza de un aprecio y respeto por su historia y trayectoria, no parece que se prolongue por mucho tiempo su permanencia. 

Los habitantes del mundo moderno no profesan temor reverencial por los poderosos y mucho menos si su poder emana de una razón sanguínea o divina.

Los presupuestos de funcionamiento para sostener la monarquía cada vez son más estrechos y despiertan rechazo por considerarse lujuriosos e inútiles. 

Estamos atravesando por una época donde el poder estatal es considerado espurio y sus gobernantes corruptos. Y entre más ineficaz es el sistema de gobierno para garantizar bienestar social, más se resiente la población con los que conservan privilegios. De todas maneras, aunque los cambios que vive el mundo no tardarán en llegar a todos los rincones; por el buen desempeño de Isabel II, la del Reino Unido será la última en desplomarse.