Opinión: Gustavo Álvarez Gardeazábal

Sobre la compañera sentimental de Simón Bolívar, doña Manuela Sáenz, se ha escrito mucho. Algunas de esas biografías o novelas sobre su vida destacan todas las fenomenales metidas de pata que la señora, con tragos o sin ellos, cometía a cada rato y que ponían obviamente a patinar al Libertador y servían de leña para la hoguera que sus enemigos le estaban preparando. Precisamente por estos días, cuando me encontraba leyendo el último de los libros sobre esa singularísima mujer, “Nuestras vidas son los ríos” de Jaime Manrique ,ocurrió la fenomenal metida de pata de la esposa del presidente Duque dejándose llevar a bautizar con su nombre un premio científico que el gobierno lanzaba.

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Como cuando Manuela se equivocaba, los azafatos de la Casa de Nariño salieron a echarle la culpa a una secretaria sin temer a las redes que mostraron la fotografía del momento en que doña Juliana, la esposa del señor presidente, proclamaba airosa ,ella misma, su pretendido galardón científico.

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Esta vez el episodio no fue cuestión de un espantoso modelito como el que usó para visitar a Trump en la Casa Blanca ,pero como sucedía con Manuela y Bolívar, el remolino de las lenguas bravas borraron o perdonaron los vestidos militares de la coronela de los ejércitos libertadores o el extravagante de doña Juliana en Washington. Lo que no disculparon hace 200 años fue el intermitente accionar rocambolesco de la mujer que aunque terminó ganándose la gloria por haber ayudado al Libertador a escapar de la muerte, se abrochó para siempre el odio eterno de los santanderistas que cranearon el atentado del 29 de septiembre.

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Hoy día, cuando el torbellino feminista protege las metidas de pata hasta de la esposa del presidente, nadie valora como muy negativo lo de doña Juliana ,simplemente hacen tabla rasa con las repetidas equivocaciones de su marido.

Director: Habib Merheg Marún