OPINIÓN: JAIME OREJARENA GARCÍA
El sábado 22 de marzo de 2025 fue encontrado dentro de su apartamento en el centro de la ciudad de Pereira, el cadáver de un médico de 60 años. Estaba en la sala en medio de un charco de sangre (que el periódico sensacionalista local se abstuvo de llamar así y en su lugar usó la muy eufemística frase “lago hemático”. Habrá que ver cuántos de sus lectores entienden ese horror idiomático y las razones para que los redactores de un diario que vive de la sangre prefieran omitir la palabra llegado el momento de narrar los hechos. Pero eso es otro asunto).
El caso es que el médico llevaba muerto, según un conocido a través del cual conocí la historia, desde el lunes anterior, es decir, 6 días. Según su relato, uno de los porteros del edificio con el cual habló, le dijo que “la última vez que vi al doctor fue el lunes…”.
6 días muerto sin que nadie en el mundo notara su ausencia.
6 días sin que alguien le telefoneara para saber de él o sin que, habiéndolo llamado, extrañara que no le respondiera.
6 días sin que su hijo que vive en Europa se diera cuenta que su papá estaba muerto.
6 días en que pareció que no tenía ningún familiar, ningún amigo.
6 días sin que el portero extrañara que el doctor no aparecía como cada día a cumplir su rutina.
6 días sin que sus colegas del edificio donde atendía pacientes se enteraran de que no hubiera abierto su consultorio.
6 días sin que nadie preguntara por él en la portería, en el consultorio, a través de WhatsApp…
Dice mi fuente que el médico no era propiamente el más amigable. Por el contrario, tenía un carácter fuerte y una forma de ser de esas con las que no se hacen muchos amigos. Con los años, fue quedando más solo hasta el punto de no tener más compañía que la botella, el sexo comprado y los achaques de los años.
Tal vez con excepción de aquellos que encuentran en la parca el fin a insufribles padecimientos del cuerpo, no debe haber quien se muera feliz. Pero morir tan absolutamente solo como el médico pereirano a quien sus vecinos recordaron solo porque sus narices les notificaron que algo muy malo pasaba en el apartamento donde vivía, es una forma de morir muy triste, pero, sobre todo, refleja una manera de vivir poco envidiable.
OPINIÓN: JAIME OREJARENA GARCÍA