Por: Habib Merheg Marún

Cuando el ser humano es puesto a prueba bien sea por guerras, hambrunas o pandemias, sus creencias religiosas se afianzan o se disuelven y, en esas rutas, sus pastores, curas o chamanes manejan el tráfico y demuestran el verdadero carácter de sus pregones.

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Bolsonaro es un ex militar que se lanzó a la presidencia del país más poblado de Suramérica y resultó electo. Es una mezcla de creyente católico, militante cristiano y extremista de derecha que consiguió ser presidente pregonando discriminaciones de todo tipo: de raza, de color, de religión, de preferencias sexuales.

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Co-gobierna con importantes líderes evangélicos y él mismo no deja pasar ocasión para predicar invocando a Dios aun cuando se trate de pelear con periodistas a los que manda a callar sin sonrojo alguno.

Pues bien. Ese presidente de Brasil y sus predicadores oficiales han pregonado que la pandemia del Covid-19 no es tan grave como la han pintado y llama a congregarse para orar o para mítines políticos sin importarle que -como lo ha aceptado hasta el propio Trump a quien admira e imita-, la capacidad de contagio sea la peor característica del virus de moda. Un llamado a la muerte.

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Es difícil dejar de preguntarse si esa actitud no es una “invitación” a quitarse la vida. O a ponerla en gravísimo riesgo.

Porque el “No matarás» de los mandamientos es también una advertencia para el que incita a morir a otros.

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 No solo es Bolsonaro. López Obrador de México actuó parecido y hoy, ambos, presencian los mayores entierros colectivos de sus paisanos diariamente.

Difícil hallar una sola razón para actitudes que van claramente en contra de los mandatos que dicen conocer y respetar: que el recaudo del diezmo se redujo, que si las ovejas no ven al pastor pueden tomar rumbos hacia otros pastos, que eso es “solo una gripita»…

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Seguramente en esos comportamientos juegan su papel lo asesores, los intereses de todo tipo, la siempre presente ignorancia ilustrada, pero lo que es claro es que invitar a congregarse hoy por los motivos que sea, más allá de un acto irresponsable es una invitación a enfermarse, a contagiar o ser contagiado aumentando los riesgos de morir. Y eso no debe ser bien visto por ningún Dios.