Por: Jaime Orejarena García

A nosotros, los mamertos, la gente de bien nos odia y los pobres nos ven con desconfianza. Los primeros porque piensan que no trabajamos ni estudiamos, y los segundos… bueno, por lo mismo.

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Para ser como nosotros, los mamertos, el único requisito es no tener plata. Sin llegar a ser miserables porque de alguna manera nos la arreglamos para sostenernos. Pero por cierta ley de la naturaleza que no logramos explicar, cuando algún mamerto empieza a ganar bien pierde la membresía en el club y hasta se empieza a bañar todos los días. Deben ser trampas del imperialismo yanqui…

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Nosotros, los mamertos, provenimos, ¡cómo no!, de la pésima educación pública. Tardamos los 7 años de primaria y los 8 de secundaria (los oligarcas lo hacen en 6 y 6 pero allá no cuentan con Fecode), y, con suerte, entramos a una universidad también pública: nuestro Edén, nuestra ruta para llegar al Nirvana de la calle, la piedra, los gases lacrimógenos, las desapariciones.

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Nosotros, los mamertos, preocupados por adquirir el verdadero conocimiento, navegamos por nuestra cuenta en busca de la sabiduría y por eso exploramos de a 2 ó 3 meses en cuanta carrera universitaria nos dejen meter. En ese agotador y exigente periodo intelectual podemos invertir unas 8 ó 10 mochilas (que en tiempo humano equivalen a unos 6 años), hasta descubrir qué queremos estudiar, el lugar donde nuestras capacidades serán aprovechadas al ciento por ciento: Artes Escénicas. También está Sociología y Filosofía, pero hay que leer mucho.

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Nosotros, los mamertos, estamos en capacidad de protestar por todo lo que no nos beneficie según nuestra propia interpretación y, de acuerdo con los últimos estudios de la Universidad de La Habana, tenemos una tendencia cromosomática a rechazar godos y tombos por igual. Y curas. Y políticos fachos que son todos los que no sean mamertos como nosotros. La segunda parte de la investigación promete dar luces sobre si vestirse de modo descuidado y dejarse la barba es opcional o genético. Sobretodo para las mamertas. Pendiente también está saber si nuestras expresiones preferidas como “imperialismo yanqui”, “abajo el TLC”, “oligarca” y “burgués” tienen origen genético o se dan por experiencia de vida como cuando decimos “Uribe paraco”.

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Nosotros, los mamertos, podemos disertar horas sobre los temas sociales, económicos, ecológicos, políticos, de disfunción eréctil, religiosos, del país, del mundo… Y no podemos evitar sentirnos atacados cuando algún aparecido nos increpa pidiéndonos soluciones. Como si eso fuera asunto nuestro…

Con nosotros, los mamertos, es una dicha conversar, aunque sea más fácil llegar a acuerdos con un evangélico o con un uribista. Cada uno de ellos tiene su propio Dios: poderoso, omnipotente, omnipresente. Castigador y temible. Nosotros no tenemos Dios pero somos tercos.

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Nosotros, los mamertos, tenemos un grupo especial en vía de extinción: son los viejitos que nos representan en cuanta conversación, diálogo, intento de acuerdo o programa de televisión inviten. Es un lujo ver cómo orgullosamente esa especie saca la cara por las juventudes y las mujeres sin que haya entre ellos ni jóvenes ni mujeres. La próxima cita que tenemos será la de la discusión del salario mínimo. Allá estaremos nosotros, los mamertos, haciendo lo que más nos gusta: decir que no. Aunque de nada nos sirva porque siempre perdemos esa discusión. Esa y todas las demás.

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Nosotros, los mamertos, somos un gremio universal. El mundo anda tan mal que hasta en países de la esfera del imperio y en el imperio mismo, nuestros equivalentes salen a protestar y en ese momento somos iguales: lanzar piedra, bombas molotov y recibir bolillo y gases lacrimógenos son un lenguaje universal mejor que el esperanto (que también practicamos, obviamente). Somos una hermandad.

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Nosotros, los mamertos, a pesar de nuestro genuino afán por quejarnos venimos con fecha de vencimiento. Tarde o temprano nos toca ponernos a trabajar, tenemos hijos, conocemos Disney y aunque jamás podremos pertenecer a la gente de bien, nos toca acomodarnos y procurar que nuestros hijos no se gasten 15 años para salir de bachillerato sino los 12 que deberían ser. Porque Fecode sí es eterno.