En el Páramo de las Hermosas, a dos horas de Tuluá, Valle, es común ver trabajadores de fincas ganaderas que llevan escopeta en sus sillas de montar e instrucciones claras: si ven perros en grupo dentro de los potreros, disparen.
Pero no son perros comunes y corrientes. Son perros ferales, individuos que, empujados por el hambre y el abandono, retoman algunas características salvajes para sobrevivir, como cazar en grupo.
Cuando en ciudades o campos un perro es abandonado por sus dueños, el animal busca nuevos lugares en donde reciba alojamiento y comida. De no encontrarlos, es posible que, junto a otros en su misma condición, retomen sus instintos más básicos y decidan cazar lo que esté alrededor, desde conejos, guatines o zorros, hasta terneros y vacas. Incluso se reportan ataques a humanos.
La presencia de perros ferales existe en Las Hermosas como en todos los 30 páramos del país e incluso en zonas semiurbanas. En el campo, jaurías de caninos han hecho creer en la existencia de jaguares o pumas por sus ataques a la ganadería.
Los “peluditos” no son tan tiernos como está de moda creer. Los perros siguen siendo animales y explotarán su instinto cuando las condiciones lo exijan.