Esa imagen, aunque inusual en Colombia, tiene un pasado en el mundo. De acuerdo con el historiador especialista en el siglo XIX, Enmanuel Fureix, según contó en una entrevista del portal France Culture, uno de los primeros antecedentes de utensilios de cocina como elementos de protesta fueron los levantamientos republicanos contra el régimen de Louis Philippe en Francia, en 1830.

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En ese contexto, las cacerolas fueron la única forma de participación democrática que tenían sectores de la sociedad sin acceso al voto a esa altura de la historia: mujeres, trabajadores e incluso niños.

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De alguna forma, según Fureix, parecían decir: si no podemos participar, al menos podemos hacer ruido. La fórmula se mantuvo durante más de un siglo hasta que encontró en las dictaduras de América Latina en del siglo XX, y en sus frágiles democracias, su máximo escenario.

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Los cacerolazos fueron el símbolo de las protestas contra Salvador Allende en Chile en 1970, por el desabastecimiento de alimentos durante su gobierno; también luego, durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, fueron asumidos como un mecanismo con menos riesgos de ser reprimido que la protesta en las calles.

La cacerola, afirma la investigadora Roxana Telechea en un artículo académico sobre esas manifestaciones en Argentina entre 1982 y 2001 “alude al derecho a la vida a través de la necesidad de comer (…). La cacerola vacía representa la falta de comida en los hogares”.

Director:  Habib Merheg Marún