El 9 de abril para los que lo vivieron con el asesinato de Gaitán fue un día de profundo dolor. Y para los que no habíamos nacido la historia nos enseñó a recordarlo con el mismo pesar.
¿Por qué los seres humanos tenemos que matar a otro cuando no compartimos sus ideas?
¿Por qué, si lo que nos diferencia de los animales es que la razón puede contener nuestra reacción primaria y salvaje de arrebatarle la vida al otro sabiendo que todos cabemos hasta ahora en este mundo, nos matamos?
La sociedad ha vivido muchas tragedias humanitarias y también ha reaccionado para enmendar la espiral de violencia y locuras que desataron las guerras. La colombiana es una cadena permanente de acontecimientos violentos que ha cruzado de profundo dolor a todas las generaciones y parece que nunca acabará. Todo queremos tramitarlo a las patadas sin importar cuántas personas queden tendidas en el camino. Importa mi éxito y los demás que se resignen a perderlo todo, hasta su propia dignidad.
Qué bueno que hoy hagamos un alto en el camino para comprender que podemos ser diferentes. Que basta imaginar vivir en este país con solo los que piensan como yo, para comprender lo infelices que seríamos. ¿Acaso no es ponerse en los zapatos del otro, lo que más satisfacción produce?
No me gusta la gente que vive victimizándose. Pero qué bueno poder dormir al final del día con la conciencia tranquila, porque fuimos capaces de resolver nuestras diferencias de manera civilizada. Eso es lo que hace la diferencia.