Por: Habib Merheg Marún

A un mes de comenzado el llamado Paro Nacional van quedando algunas cosas claras, otras por terminar de aclararse y muchas, habitan todavía (y desde hace bastante tiempo), en el cuarto a donde van a parar las que no se botan, no se regalan, no se usan y en ocasiones, ni se sabe para qué sirven exactamente.

Claro quedó que el estallido no se produjo de un momento a otro ni que las causas que lo ocasionaron nacieron semanas antes. No. A esa olla a presión le hemos mantenido el fuego lento por años. Pero por grande que sea el recipiente, no hay ninguno que aguante tanto. De ahí lo concurrido de las marchas. Y en muchos casos, sin que lo justifique, la rabia que la impotencia y la falta de futuro provocó en muchos jóvenes.

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Quedó claro también que la reforma tributaria buscaba antes que nada, evitar que las calificadoras de riesgo decidieran  bajar el grado de inversión del país, tal como sucedió al ser retirada en medio de la protesta. Claro quedó que con casi el 60% del PIB en deuda y la economía postrada por Covid y por un pésimo tratamiento de parte de los “médicos” de Hacienda, lograr mantener una calificación que nos permitiera pasar el examen, era casi imposible. Ya esa rebaja en la calificación al país, a su economía, “contagió” a empresas como Sura, Financiera de Desarrollo Nacional y Findeter, Ecopetrol, Davivienda, Isagen y contando…

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Clara, la desconexión presidencial con casi todo el país: con los gremios (algunos de los cuales le pidieron no presentar la reforma), con su partido que le pidió lo mismo, con el Congreso donde pareciera que parte de su bancada fuera la oposición pero, sobre todo, con la gente de la calle. Nombrar al recién renunciado Ceballos como interlocutor con el Comité del Paro sabiendo que su labor como comisionado de paz tenía más críticas que aciertos, fue tomado por muchos como una provocación y no como una seria voluntad de diálogo. Sin mencionar su primera ida a Cali, de madrugada, como a hurtadillas y vistiendo chaqueta de aviador…

Por aclararse están los asesinatos y las desapariciones, las torturas y los saqueos. Eso no es protesta, eso es crimen. Con especial atención en los que involucran a las fuerzas armadas, en este caso, a la policía. La mejor defensa que puede hacerse de tan importante institución es exigir que cumpla sus funciones de manera estricta pero sin parecerse a los criminales a los cuales está llamada a combatir. Esa es la diferencia entre el uniforme y la capucha, entre la ley y el crimen, entre el orden y el caos.

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El “cuarto de atrás” del país se ha ido llenando año tras año, gobierno tras gobierno, de tal cantidad de cosas que no sabemos si sirven, si no sirven, para qué son exactamente y en qué estado se encuentran.

La educación por ejemplo, es bandera de todas las campañas y cada gobierno dice que aumenta su presupuesto. ¿Y para qué ha servido? ¿Para ocupar lugares poco honrosos en el escalafón de la región?

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El campo es otro tema sobre el cual supuestamente cada gobierno ha trabajado intensamente. ¿Para llenar el país de productos importados gracias a TLC’s que se firman como si se estuvieran dando autógrafos?

Este gobierno llenó ese cuarto de San Alejo con el Acuerdo de Paz queriendo hacer con él lo que se hace con todo lo que se manda a ese lugar: no lo botó pero tampoco lo usó, lo dejó a merced del polvo y la polilla. Y ahora viene a rescatarlo del olvido para culparlo de los desmanes de la protesta. Algo alucinante.

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Con todo, hay una cosa que mantiene la esperanza: el diálogo. Así sea difícil, así sea a regañadientes, así sea soltando globos de dudoso contenido, así sea a través de “comisiones” que todo lo alargan.

Porque cualquier tipo de conflicto se evita o se arregla, diciendo o escuchando: “Venga, hablemos…”