Opinión: Iván Cancino

Todo esto se les debe a Santos, a las Farc y a su “proceso de paz”. Más bajo no podía caer Colombia. Se cambió todo el ordenamiento jurídico del país para salvar de la extradición a un narcoterrorista. Y eso nos avergüenza ante el mundo.

Lo de la JEP, al negar la extradición de Santrich a Estados Unidos, fue una vía de hecho. Una decisión de esas que no tienen ni pies ni cabeza. Por eso comparto plenamente la digna renuncia de Néstor Humberto Martínez a su cargo de fiscal general.

Jesús Santrich
Jesús Santrich

Ahora pasemos a la sección de chistes. El martes por la noche prendí el televisor y me encontré con Eduardo Montealegre, quien fue fiscal entre 2012 y 2016. Hablaba como si aún tuviera el poder tenebroso de épocas pasadas.

Montealegre protagonizó durante cuatro años el segundo capítulo más oscuro de la historia de la justicia colombiana (el primero fue la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19).

En 2012, Santos puso a Montealegre en la Fiscalía cuando se percató de que necesitaba un fiscal para poder proteger de la cárcel a sus amigos y compinches y, adicionalmente, perseguir a sus opositores.

El primer mandado que Montealegre le hizo a Santos fue archivar todo lo que tuviera que ver con el saqueo a Fondelibertad. Esta entidad sirvió de caja menor para que el Nobel de Paz y sus conmilitones desangraran al erario en miles de millones de pesos.

Luego Montealegre se dedicó de lleno a hacer política, sin votos, desde luego. Para eso puso como vicefiscal a Jorge Perdomo, quien creyó que había cogido el cielo con las manos y que su cargo sería para toda la vida.

Así, por ejemplo, en 2014 el dúo Montealegre-Perdomo (conocidos como Batman y Robin) se dio a la tarea de intervenir en la campaña a la Presidencia de la República en favor de Santos. Entonces se inventaron la historia del hacker, es decir, de Andrés Fernando Sepúlveda, un oligofrénico que fue presentado como experto en informática para poder vender la novela de que la campaña del opositor Óscar Iván Zuluaga espiaba a los negociadores del gobierno Santos y de las Farc en la mesa de negociación de La Habana.

En cuanto a apoyo y alcahuetería con las Farc, el dúo dinámico estuvo siempre en primera fila. Eso no se les podía mencionar la palabra Farc porque se erizaban. Es que en cuanto a amores con guerrilleros y exguerrilleros Montealegre y Perdomo no disimulaban. Todavía recuerdo cómo metieron baza en favor de Petro cuando en diciembre de 2013 la Procuraduría lo destituyó por el mal manejo que le dio al tema de la recolección de basuras en Bogotá.

Furioso porque no ternó para fiscal general a su alma gemela Perdomo, Montealegre optó por pelear (o hacerse el bravo) con Santos. Pobres Batman y Robin: los dos pensaron que Santos tenía amigos. En cambio, la tal Natalia Springer sí era amiga de Montealegre. Por eso la premió con contratos por varios miles de millones de pesos por hacer algo importantísimo para Colombia: nada.

Entonces –como decía Diana Uribe en Caracol–, desde los amores y las desvergüenzas de la “justicia” con los narcoterroristas, pasando por la persecución a los abogados que no nos sometimos a la dictadura del desvergonzado Montealegre, es que los colombianos de bien debemos gritar a todo dar: o se acaba la JEP, o se acaba el país.