Hace 20 años publiqué mi libro “Colombia en Contravía” en el cual quise fijar de manera amplia y documentada, mi posición frente al Tratado de Libre Comercio (TLC), con Estados Unidos que por esa época el gobierno de Uribe Vélez tramitaba en el congreso.
Si bien como senador apoyé muchas de las iniciativas de origen presidencial, en el trámite del TLC siempre estuve en franca oposición al lado de senadores sobre los cuales nadie podría dudar respecto a su pensamiento económico como Jorge Enrique Robledo junto al cual adelantamos algunos debates.
No eran, pues, calenturas mías, ni albergaban ocultas intenciones políticas: lo que dije, lo dije con absoluta convicción, luego de sesudos análisis y estudios al texto del Tratado y examinando las experiencias de países que andaban en las mismas que Colombia o que ya lo habían firmado y ejecutado.
Sostuve en el libro y en cuanta conferencia o foro participé, que los Tratados de Libre Comercio no eran malos por definición. Pero que tal como se planteaba, no era el momento para que Colombia lo firmara pues consideré que el país primero debía prepararse de tal forma que pudiera de alguna manera enfrentar comercialmente a la primera economía mundial y no muriera en el intento.
Logramos algunos cambios en el texto original que hicieron menos grave la aplicación del Tratado, pero es evidente que el ganador de la contienda no fue nuestro país.
Y viene lo grave: para la época, año 2005, nadie imaginaba que aparecería en la escena política un personaje como Donald Trump el cual desde su primera presidencia vio con malos ojos la relación comercial de su país con el resto del mundo y que ahora, en su segunda presidencia, no ha dudado en hacer valer su poder para que el mundo marche como él quiere y para eso ha tomado el arma más efectiva: la de la economía. Y de ella, su munición más letal: los aranceles. Además de que no ha mostrado nada de timidez a la hora de disparar, contra todos, casi a mansalva y sobre seguro.
Los tratados son acuerdos que establecen las condiciones para los involucrados y definen la forma de resolver los conflictos. Pero con Trump, ni hay acuerdos, ni condiciones, ni formas de resolver conflictos. Ya anunció el retiro de su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y mira con desconfianza a la Organización Mundial de Comercio (OMC), de la cual no me sorprendería que también se retirara dejando al mundo sin el “amigable componedor” llamado a velar el cumplimiento de los acuerdos comerciales.
Lo hecho por Trump con las amenazas a Canadá y México y con su resolución de gravar con 25% todo el acero y el aluminio que ingrese a su país, los TLC, en la práctica, volaron por los aires y todos los países –amigos o no de EEUU-, están descubriendo hoy que no importan las firmas y los acuerdos cuando la parte más poderosa está dispuesta a incumplirlos sin que les quede mucho por hacer excepto tratar de responder con la misma moneda. La capacidad de respuesta es mínima y adaptarse a las nuevas medidas tomará mucho tiempo y muchos recursos.
La economía es mucho más compleja de lo que piensan algunos, tiene muchas aristas y muchos vericuetos que van más allá de la mediática imposición de aranceles. Si la inflación en Estados Unidos crece y el desempleo aumenta, es muy seguro que ese país entre a reconsiderar sus sanciones disfrazadas de aranceles.
Pueda ser que el daño al equilibrio de la economía mundial no sea muy grande. Aunque viendo las respuestas de Canadá y China, hay pocos motivos para ser optimista.