En Colombia llevamos tratando de vivir en paz el mismo tiempo que llevamos tratando de ser una república independiente. Desde el mismo momento de la revolución que marcó el camino de la independencia de la corona española, nos hemos enfrascado en guerras de mayor o menor magnitud, con bandos pintados de todos los colores y matices, pero siempre tiñendo el mapa de sangre a nombre de tal o cual principio, en defensa de tal o cual idea, en pro de tal o cual actividad económica no siempre legal.
Y así se nos ha ido pasando el tiempo por varias generaciones para las cuales- por haber vivido en este estado de guerra permanente (o de “conflicto” como algunos prefieren llamarle)-, el estarnos matando se nos volvió paisaje, las masacres parte de la cotidianidad y las emboscadas a policías y militares, la noticia de todos los días. A punta de guerra, la guerra dejó de dolerles a muchos.
No es asunto exclusivamente de colombianos, no. El ambiente de guerra lleva muchos años en varias zonas del mundo, aunque es innegable que la situación nuestra es difícil de encontrar en otra parte porque los factores que la generan son de tan variada índole y se dispara desde tantos extremos, que no es aventurado decir que alcanzar la paz, nuestra paz, no será lo mismo que la que se pueda alcanzar en otras partes. Esta guerra nuestra nos ha involucrado a todos los colombianos sin que hayamos tenido que tomar un fusil en las manos.
Entre otras razones, porque la violencia con tinte político es una anciana terca y miope que no atiende razones, pero aun manda entre su prole pues lo que los expertos llaman “dinámica de la guerra”, se ha encargado de auto alimentarla con pobreza, desigualdad, corrupción, falta de educación y de oportunidades.
Dentro de todos los intentos por conseguir acabar la guerra o por lo menos parte de ella, el estado en diferentes gobiernos ha negociado con los violentos. Lo hizo con las autodefensas y lo hizo con las FARC. Pero en ambos casos y por diferentes motivos, si bien se silenciaron cientos de miles de fusiles, la semilla de la violencia quedó por ahí y cayó en tierra fértil para crecer y reproducirse.
Gustavo Petro ha hecho una apuesta audaz y difícil. Ha propuesto alcanzar lo que denominó “la paz total” y se está jugando gran parte de su capital político dispuesto a conseguir que los colombianos descubramos pronto lo que significa vivir sin guerra. El anuncio en vísperas de Año Nuevo de un cese al fuego bilateral por 6 meses con 5 de los más grandes grupos armados es una muestra de las intenciones del gobierno además de ser una meta ambiciosa y retadora que manda un mensaje esperanzador.
No es osado afirmar que su reto más grande no será con los grupos guerrilleros ni con las denominadas disidencias sino con la actividad económica que financia la guerra y atraviesa toda la sociedad: el narcotráfico. El papel del gobierno de Estados Unidos será vital en ese tema.
Por la Paz Total todos los colombianos debemos hacer un frente común para que algún día lo que nos despierte sea el trino de las aves y no el tronar de los fusiles.