Por medio de las redes sociales encontré un amigo de infancia a quien hace casi 60 años no veía.

Logramos concertar una cita entre 2 veteranos desconocidos, solo nos unía el sentimiento de una estrecha amistad de infancia, en nuestra condición de vecinos de cuadra.

De nuestras caras de niños no quedaba nada. Nos reconocimos por las fotos que aparecen en la redes y nos dimos un estrecho, prolongado y sentido abrazo.

La magia de la amistad no tiene explicación lógica; está dentro de nosotros. Pueden pasar los años y con un simple encuentro se aviva, como si no hubiese pasado un día de ausencia.

Habrá sensación más agradable que una tertulia entre amigos, donde no se distingue entre amigos viejos y nuevos?

Nosotros envejecemos, pero, la amistad siempre está igual. A la amistad no le pasa el tiempo.

Todos los estudios respecto al buen vivir resaltan la importancia de compartir con amigos. Yo no sé si cura los males del cuerpo, lo que sí tengo certeza es que es lo mejor para el alma.

Recordar la infancia, la adolescencia o cualquier etapa de la vida, con amigos, reír, dialogar y compartir sus alegrías y tristezas, es sin duda siempre la mejor terapia y una sensación sublime del espíritu.

El abrazo fraternal de un amigo es únicamente comparable al abrazo con los hijos o los nietos.

Gracias a la vida por haberme dado la fortuna de contar con amigos como los que tengo. Con sus virtudes y defectos. Sentir lo que siento cuando estoy o sé de ellos, es la sal de mi existencia.

Siempre he pensado que si fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, es porque existe el sentimiento virtuoso de la amistad.