Por Mauricio Marulanda
Ya pasamos de más de un mes de confinamiento obligatorio, muchos hemos cumplido con el mandato presidencial y es evidente que para todos en el mundo, esto de estar metido en casa es algo nuevo, aturdidor y mucho más desgastante que la rutina a la que estábamos acostumbrados.
No he sido de aquellos que le gusta la calle, evito siempre las reuniones sociales, me dedico a la escritura de historias y aún así, acostumbrado a esa vida de aislamiento, siento como todo ha cambiado. Veo a los vecinos desesperados, gritos y pleitos en apartamentos del edificio, niños desesperados sin poder salir a jugar y hasta perros asustados viendo a sus amos usar tapabocas.
El destino nos está dando una lección, nos recuerda que somos una especie frágil, incapaz de enfrentar a un micro organismo, que tiene el poder de transmitirse a velocidades inimaginables y nos hace arrodillar ante su fuerza.
Mientras tanto, el planeta entero parece florecer ante la ausencia del humano, la contaminación toma un receso y los animales y medio ambiente vuelven a respirar un nuevo aire.
Asusta pensar que una vez terminado el confinamiento, saldremos de nuevo con ese ímpetu que nos caracteriza y regresaremos a cometer los mismos errores que nos ponen en la cima de las especies peligrosas, peores que la del coronavirus que hoy nos ataca.
No tengo mucha fe en la humanidad, siento que muy a pesar de todo, la codicia del humano, sobrepasa las barreras de la lógica y da pie al libre desarrollo de la estupidez que por siglos, ha demostrado que somos una plaga para el planeta.
No hay religión, política o recurso lógico que nos obligue a ver las cosas de otra manera, la necesidad absurda de conquistar, destruir y someter a la naturaleza a nuestra conveniencia prevalece por sobre la sensatez y la cordura.
Ya se ve la desesperación en los rostros por regresar al holocausto de sociedad que amamos, por salir a las tiendas a comprar lo que no nos hace falta, por mostrar que pudimos ganarle al virus, sin entender que tal vez, todo se trata de una prueba que nos pone el planeta para entender, de una buena vez, que sólo somos una especie que debe aprender a compartir con las demás, que no somos dioses, que no somos superiores, simplemente somos distintos, pero que de seguir como vamos, habremos terminado con el único lugar al que podemos llamar Hogar.
Pudimos pasar un mes distantes de las tentaciones de la economía de consumo, pasamos un mes conociendo a quienes viven con nosotros, un mes estudiando y analizando que mucho de lo que hacemos está mal, pero somos tan maravillosamente estúpidos, que bastará una semana para olvidarlo todo y regresar a la destrucción de lo único que tenemos.
Deberíamos pasar una década encerrados, aprendiendo, estudiando, reflexionando y entendiendo que todo esto no sólo se trata de vivir, sino de saber compartir el planeta con los demás seres vivos que lo habitan.
Director: Habib Merheg Marún