Por EMILIO SARDI
Hace cuatro meses, el 14 de Enero, la OMS informó que las “investigaciones preliminares realizadas por las autoridades chinas no han encontrado evidencia clara de trasmisión entre humanos del nuevo coronavirus identificado en Wuhan”. Pocos días después, esa augusta cueva de burócratas declaraba la “pandemia” motivada por la aparición del virus Sars-Cov2, conocido popularmente como Covid-19 o, más apropiadamente, como el Coco-vid.
Con esta declaración se inició una campaña de terrorismo mediático cual ninguna conocida, apoyada en escenarios apocalípticos de supuestos ‘expertos’ que vaticinaban decenas de millones de muertes. Escenarios estos que distaban sideralmente de la realidad, pues el número de muertes por la ‘pandemia” no llegará al millón, menos del 0,01% de la población mundial.
Empujados por esta campaña, la mayoría de los países tomaron draconianas medidas para enfrentar al terrorífico Coco-vid. Estas medidas han arrojado resultados muy dispares, pero tienen en común un altísimo costo social, muchas veces superior en expectativas de vida y bienestar al de la epidemia que buscan combatir. Es preciso, por eso, revisar hoy los pasos a seguir partiendo de las estadísticas de lo que está sucediendo.
Lo primero que es claro es que la tal ‘pandemia’ tiene una incidencia muy limitada fuera de Europa Occidental y algunos estados de los EE.UU. Mientras a 15 de mayo Europa registra 214 muertes por millón y Norteamérica 166, el resto del mundo registra apenas 21.
En Norteamérica, Estados Unidos registra 263 muertes por millón, pero si no se tienen en cuenta el estado de Nueva York y sus vecinos Nueva Jersey y Connecticut, su tasa baja a 154 por millón, comparable con las 145 de Canadá y no muy distante de las 95 de la ‘ejemplar’ Alemania. El México del tan censurado Amlo presenta sólo 35 muertes por millón. En cambio, si Nueva York fuera un país, con 1.410 muertes por millón sería el de mayor mortalidad del mundo, casi el triple de la del segundo.
También es de anotar que el grupo de países que resistieron la presión terrorista y no tomaron medidas como el confinamiento obligatorio conformado por Bielorrusia, Corea del Sur, Indonesia, Japón, Malawi y Suecia, con 490 millones de habitantes, registra 12 muertes por millón, lo que pone en tela de juicio la necesidad de ese tipo de medidas.
En Suramérica, Ecuador registra 133 muertes por millón, fruto de claras deficiencias locales. Brasil, registra 66 muertes por millón, poco más de un décimo de las de España y similares a las 69 de Perú, donde rige un severo confinamiento. Dentro de los países que no registran mayor afectación están Colombia con 10 y Argentina con 8.
Para que quede claro, la mortalidad registrada en Colombia equivale a 0,001% de su población. O a 0,4% del total de las muertes registradas en 2019. Esta cifra da una cabal idea de cuan bajo es el nivel de riesgo que enfrentamos. Esa es la realidad, y debe entenderse que los anuncios sensacionalistas en números absolutos de los medios realmente se refieren a muy bajos porcentajes de la población.
Es a la luz de estos datos que deben tomarse las decisiones sobre el futuro de las medidas y protocolos que están generando en Colombia tan tremendo costo social en expectativas de vida, bienestar, empobrecimiento y equidad. Es urgente cambiar las estrategias que en dos meses han destruido los logros sociales de una década.