La majestad presidencial del país rodó ayer por un agujero dentro del Capitolio y se encontró en el fondo con otra majestad, la del Congreso, que estaba allá abajo esperándola para que compartieran vergüenzas y se revolcaran en el pantanero de la sinrazón.
Lo que debería ser una ceremonia civilizada cuyos protagonistas, todos, se presumen respetuosos unos de los otros y conocedores de la importancia del papel que representan, se convirtió en un bazar al juzgar por la cantidad de personas que inexplicablemente estaban dentro del salón y en una plaza de mercado a juzgar por las provocaciones del Uno y las respuestas de fanático de estadio de los Otros.
Los presidentes no tienen más oportunidad para su discurso de despedida que la posesión del congreso el 20 de julio. Y todos, sin excepción, se lanzan a hablar de las maravillas de su gobierno. Pero ninguno como hasta ayer Duque, lo hizo en términos provocadores. Ninguno como hasta ayer había salido por la puerta de atrás luego de mandarse un discurso lleno de dardos con veneno, de imprecisiones, de megalomanía y de desconexión con la realidad. Y los congresistas, sobre todo los nuevos, los del Pacto, recibieron esos gases lacrimógenos presidenciales a piedra y bloqueos en forma de rechifla.
Duque se escabulló por una puerta lateral para evitar a la prensa y, a los escasos pero pundorosos aplausos de su discurso en el capitolio con el que los militares le dieron su adiós, se sumaron los de los que lo esperaban en la Casa de Nariño: la servidumbre y uno que otro funcionario que no alcanzó a acompañarlo en su desfile por alfombra roja.
Mientras, misteriosamente, el sistema de sonido dejó de funcionar y entre esas fallas y el ruido que persistía en la galería, el discurso de la oposición a cargo de un congresista desmovilizado de las FARC, solo se pudo hacer tiempo después.
El excandidato presidencial y ahora senador, Rodolfo Hernández resumió la jornada con sendos trinos:
A las 5:40 p.m. trinó: “Yo no sé si el presidente Duque en su discurso describe a Suiza o Dinamarca, porque en Colombia, hay 22 millones de pobres muriendo de hambre”.
Y 20 minutos después: “Tiene más orden una corraleja que la sesión de apertura del Senado, pobre de mi país”.
Como Alicia en el cuento de Lewis Carroll, lo que se vio ayer en el Congreso no fueron maravillas propiamente. Fueron cosas fantásticas en un país en el cada vez más, tanta fantasía ocupa el puesto de la realidad.