… sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez” dice el primer verso del poema La Pobre Viejecita del colombiano Rafael Pombo que narra con ironía la opulencia de una señora que bien podría ser la recién fallecida Isabel de Inglaterra.

Porque detrás de su figura de venerable anciana está la de una mujer poderosamente rica e influyente que deja una familia con hijos y nietos y bisnietos cada uno de los cuales vive de la corona y aspira a que, algún día, la opulencia de la reina les toque, aunque sea de a pocos.

La fortuna del titular de la corona británica (Isabel hasta ayer, hoy Carlos, su hijo mayor), no es tan grande comparada con otros reyes que aún el mundo tiene como el de Tailandia o el de Arabia Saudita, pero sí es muy significativa.

El portal crónica.com.ar trae una descripción general de los bienes y de la forma en que se administran. Por ejemplo, la reina era dueña de dos castillos: el de Balmoral y el de Sandringham valorados en alrededor de 170 millones de dólares. Por ser de su propiedad, el mantenimiento de esas propiedades no se hace con fondos públicos como sucede en el palacio de Buckingham.

Entre las joyas y la colección de estampillas, hay que sumarle otros 3.500 millones de dólares a la lista.

Existe un fondo denominado “Subvención Soberana” a través del cual se pagan los gastos de la casa real incluido el rey y varios miembros de la casa real. Y otro denominado “Monedero Privado” donde van a parar los ingresos del monarca. Dentro de ese Monedero hay 315 residencias y locales comerciales de Londres y varias fincas en producción agrícola.

Más allá del romanticismo de película con que se nos ha vendido la monarquía británica, lo que hay en ella es plata, mucha plata. Y poder político basado en la profunda aceptación de la mayoría de los ciudadanos de la isla que aún veneran a su reina difunta y se preparan para venerar al sucesor.

Como termina Pombo su famoso poema:

 Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.