Seguramente les ha pasado que en algún momento de sus vidas han sentido un no sé qué en no sé dónde. Se trata de algo difícil de precisar, de definir, pero innegable. La mayoría de las veces, pasajero.
Hablando con la gente (y no quiero simplemente decirlo, no, lo resalto para que no parezca resultado de un sondeo y menos de un estudio), hablando con la gente, repito, hay en el ambiente ese no sé qué en no sé dónde.
Si bien muchas de las cifras económicas favorecen al gobierno, la sensación en la calle no corresponde al nivel de mejoramiento en los indicadores. Me explico: una reducción de la inflación y del dólar frente al peso, la disminución en la tasa del desempleo y el aumento de la inversión extranjera, parecieran que aún no impactaran en el diario vivir.
Hablo con muchas personas de todos los niveles y sobre el asunto solo encuentro dos grupos que no tienen esa especie de síndrome del no sé qué en no sé dónde: los extremos admiradores de Petro y sus extremos contradictores. Para cada uno de esos grupos o vamos muy bien o vamos muy mal, según el extremo al que se le pregunte.
Pero a la inmensa mayoría de mis interlocutores, la sensación es ambigua pues al tiempo que ven cómo la gasolina sube cada mes desde que Petro llegó al gobierno (algo necesario para la nación pero que al individuo golpea fuerte), un amigo o un vecino o algún familiar, ha sido beneficiado con los nuevos subsidios.
Sin duda alguna, a esa sensación indefinible pero molesta, contribuyen las salidas en falso del presidente a través de sus redes sociales, sus llegadas tarde o sus inasistencias a eventos importantes y la labor que sus contradictores desarrollan en medios para intentar resaltar lo malo y esconder lo bueno.
Ni soy ni pretendo pasar por alguno de los centros de investigación del país. Lo que aquí comento es lo que recojo de entre la gente y lo que en ocasiones también siento: un no sé qué en no sé dónde.