OPINIÓN: JAIME OREJARENA GARCÍA

Mis vecinos de abajo son, como yo, personas normales que trabajan de lunes a viernes, empleados de empresas, algunos profesionales, sufridos y orgullosos hinchas del Pereira, casados unos, separados otros, con ganas de tinieblo o tiniebla varios, en fin, de los que “compartimos el aire y adoramos el sol” como escribió Serrat.

Mis vecinos de abajo no son de los que les sobra la plata, saben estirar la quincena y esquivar culebras y de tanto navegar las aguas de la incertidumbre, conocen los métodos para sobrevivir con el agua al cuello. Como yo.

Mis vecinos de abajo no tienen en sus redes las fotos de sus hijos llegando a Los Andes en BMW, no van a Miami ni consideran a Cartagena como un lodazal. Por el contrario, muchos de mis vecinos de abajo añoran conocer algún día esa ciudad o volver a ella. Como yo.

Mis vecinos de abajo no tienen ambiciones políticas, conocen, ¡cómo no!, uno que otro politiquero y hasta se precian de ser amigos de ciertos personajes de ese oscuro mundo. Igual que yo.

Mis vecinos de abajo andan en moto, la mayoría. O en carros que no son ni mucho menos de modelo reciente. Algunos encuentran en las plataformas de transporte la solución a sus problemas de desplazamiento. En este vecindario no hay gente con chofer ni varios carros por familia.

Mis vecinos de abajo estudiaron en colegios públicos -como yo-; algunos lograron graduarse de una universidad pública y cargan con esa mediocre educación. Con ella y con la deuda que adquirieron para poder pagarla porque eso de matrícula gratis es cosa bastante reciente.

Mis vecinos de abajo padecen, como yo, el hijueputismo infinito de las EPS, padecen el drama de conseguir citas y tratamientos y hacen maromas para poder pagar de su bolsillo lo que el sistema de salud les niega.

Mis vecinos de abajo tienen, como yo, a algunos familiares o amigos sin empleo, o subempleados, o dedicados al rebusque.

Mis vecinos de abajo han ahorrado lo que pudieron en su fondo de pensiones y hoy se lamentan de pensar que esa plata se les puede embolatar o, en el mejor de los casos, alcanzarán a pensionarse con un salario mínimo de mesada. Igual que yo.

Mis vecinos de abajo llevan el almuerzo a la oficina y lo calientan en la “coca” dentro del horno microondas. Les parece que el corrientazo está muy caro y prefieren llevarlo. Como yo.

Mis vecinos de abajo y yo somos como yo y ellos.

Hasta que a mis vecinos de abajo les dio por preguntarme “qué opinaba sobre Petro”. Les di mi opinión y desde ese día me convertí en comunista, guerrillero, terrorista, adicto, loco…

A mis vecinos de abajo lo que les respondí fue que “a Colombia le convenía tener un gobierno de izquierda”. Ni más, ni menos. Ahora escasamente me saludan. Ellos andan creyendo todo cuanto sale en los noticieros nacionales, no se preocupan por pensar un poco más allá y se creen ricos porque le tienen miedo a ser más pobres de lo que los tienen. Donde se los hubiera dicho, estaría como Sabina al final de su canción “Mi vecino de arriba”:

Aún estoy corriendo, No quiero ni pensar
Lo que habría sucedido si me llega a alcanzar
Como hay niños delante no les puedo contar
Lo que con un cuchillo me quería cortar.

Para mis vecinos de abajo, estoy peor que muerto. Y yo, fresco.