OPINIÓN: JAIME OREJARENA GARCÍA
Marcar los lugares públicos con un nombre que oriente, que sirva de guía es apenas natural, lógico. Pero cuando hace 17 años desbarataron la ciudad con la mala copia de la mala idea de Transmilenio, en Pereira usaron la misma inteligencia para bautizar las estaciones que la que usaron cuando se les ocurrió el trazado: poca y estrecha.
Por ejemplo, hay una estación que se llama El Jardín. Queda sobre la 30 de Agosto con calle 43, lejísimos del barrio El Jardín por donde ni siquiera hay troncal. Esa estación está a escasos metros de la galería minorista. Galería o Minorista serían nombres más precisos. A alguien lo citan en la estación El Jardín y jamás se encontrará con la otra persona: se irá para el barrio que lleva ese nombre y en ese barrio ya han desparecido varios misioneros pues no se orienta nadie.
Ucumarí es otro nombre que debió reventarle las neuronas, y el ego, al equipo que bautizó las estaciones. Queda en la 30 de Agosto con 41 y su nombre no tiene nada qué ver con el entorno. Está pegada de la anterior, pero como ya gastamos “Galería” o “Minorista”, Calle 41 quedaría perfecto. De una vez a los pereiranos les serviría de cuota inicial para entender que por más que llamemos a la cárcel de la ciudad “La 40”, ésta queda en la 41 y ahí ha estado toda la vida. Para eso de los nombres tenemos nuestra tara…
Siguiendo la ruta, a los genios de antaño se les alumbró la mente cuando le pusieron Consota (o peor, la misma palabra, pero con una odiosa y pseudo académica tilde en la a), a una estación que queda a una cuadra de la urbanización Niza, diagonal a un Olímpica y al frente de la Oficina de Registro. ¿Por qué no Niza, Olímpica y hasta Registro?
Al frente de la unidad residencial Las Garzas queda una estación que, obviamente, no se llama Las Garzas. El asalto de creatividad hizo que le pusieran El Cafetero. Sin palabras.
Más adelante hay un lugar bien conocido por muchos en la ciudad: la bomba El Carmen. Pero la estación que queda ahí se llama Francisco Pereira. Muy personaje histórico y todo, pero si no se hubieran devanado tanto los sesos, la estación se llamaría El Carmen. Punto.
Al frente de la actual oficina de Migración Colombia, hay otra estación que se llama…Centenario. Si bien el barrio que lleva ese nombre queda como a dos cuadras, ¿no sería más sensato y útil haberla llamado DAS que era como se llama Migración antes? Sí, tal vez muy sensato y muy útil y muy lógico, pero, ¿cómo justificar la genialidad de quienes así llamaron las estaciones si no era inventando nombres así…?
Sobre la Avenida Ferrocarril hay una que se llama Ferrocarril (¡oh…!), sobre la carrera 11 y la que le sigue sobre esa misma avenida se llama Villavicencio. Pocas personas saben que cerca queda un barrio que lleva ese nombre, pero si le pusieran “Puentes” nadie dudaría que la estación queda entre los dos puentes que atraviesan la avenida y son punto de referencia conocido y usado: “…por los puentes del Ferrocarril…”.
En Dosquebradas, con excepción de una llamada Fundadores, las demás corresponden a lugares de referencia como CAM, La Popa, Santa Mónica, Milán. Precisos, acertados, sin rebusque.
Eso en cuanto a las estaciones dobles. En las estaciones sin intercambio hay una que se llama Egoyá (?), otra Ormaza, otra Mercados, una Otún y una Del Café. A estas perfectamente se les pudo poner de nombre el número de la calle y quedaban mejor a falta de lugares de referencia: calle 41, calle 33, calle 29, calle 20, etcétera.
Se salvan Turín, Coliseo, El Lago, Victoria y Libertad. Adivinen dónde quedan… Como se salvan Claret, Banderas, Palacio de Justicia en la otra troncal. Pero tienen una dizque Viaducto (que, obviamente, no queda en el viaducto…), Central (la mayoría son centrales), Cañarte (honor a cura fundador, pero no orienta a nadie), Las Flores (perfectamente se pudo llamar San Camilo pues así se llama el barrio y el cementerio que está a una cuadra) y La Ruana (no podía faltar la palabreja…).
¿Por qué pasa eso? Por un afán de burócratas con ganas de intervenir, con ganas de hacer algo ya que hacen muy poco y con ganas de pasar de brillantes. Me imagino los “grupos de trabajo”, las “lluvias de ideas”, los “focus group” y demás pendejadas para “meterle civismo” a algo tan simple, fácil y delicado como bautizar lugares que se quedarán allí por años y se deben convertir en puntos de referencia, de encuentro, de orientación. No me extrañaría que hasta concurso ciudadano se hubieran inventado como el que se inventaron para bautizar al viaducto con el nombre de un señor que por estar vivo no podía participar.
Han pasado 17 años ya desde esos desafortunados bautizos, pero sus ejecutores con sus mentes creativas deben andar por ahí, en la burocracia, todavía. Habrá que estar atentos no sea que en un nuevo ataque de “creatividad” renazcan con ideas y amanezcamos un día citándonos con los amigos en el Parque del Líquido Vital hasta hoy conocido como El Lago.