La colonización antioqueña, entre otras muchas cosas, nos dejó la versión del idioma que aún hoy usamos, con sus modismos, su refranero, su tonito “arrastrado” y, por supuesto, lo que muchos llaman “malas palabras” o “groserías”.
También nos dejó lo que se conoce como picaresca paisa, heredada de alguna manera de la literatura española y, con ella, variedad de personajes hoy prácticamente olvidados como Cosiaca o Pedro Rimales los cuales durante mucho tiempo fueron protagonistas de cuentos e historias increíbles donde no faltaba el chiste verde, el doble sentido, la viveza, el final inesperado.
Esa herencia inocente perdura en los viejos, pero en los demás ha degenerado en una colección de palabras que ya ni siquiera tienen el poder de transmitir nada, sino que se convirtieron en fastidiosas muletillas dichas cada tres palabras en una conversación cualquiera entre amigos, familiares y hasta entre desconocidos.
No me refiero al infaltable madrazo que se nos sale a cada rato, no. Ese ya debe formar parte de la genética nacional. Hablo es de la decadencia del lenguaje general, de la proliferación de modismos pasajeros que convierten el idioma en jerga. No solo en nuestra región sino en casi todo el país y en todos los segmentos sociales. Una decadencia tanto en la cantidad de palabras usadas como en su calidad: abunda lo soez y escasea lo preciso, lo claro, lo oportuno.
Como el mal ejemplo cunde, se convirtió en un círculo vicioso que hizo saltar ese lenguaje procaz a los medios –sobre todo a la radio-, y como la pelea es por la audiencia y la audiencia lo usa, entonces locutores, animadores y hasta periodistas adoptaron sus términos, sus tonos, sus significados y nada diferencia un programa radial matutino de un diálogo entre huéspedes del patio más duro de La Picota o de Bellavista.
Si uno quiere angustiarse de verdad, puede dar una mirada a los videos de varios de los llamados influenciadores (“influencers” se hacen decir ellos…), y contemplar cómo maltratan el idioma al punto que da trabajo entender lo que dicen. Están en todas las redes y tienen una audiencia que, ¡cómo no!, usan los mismos términos para no desentonar con sus respectivos grupos.
Los expertos dirán si esa decadencia del lenguaje es reflejo de la decadencia de valores y hasta dónde será perjudicial para la sociedad. Me resisto a creer que no produzca efectos sociales que el nombre de una enfermedad venérea sea hoy usado para todo y por, casi, todos, por ejemplo.
Yo, seguiré usando la palabra “hermano” cuando hablo con mis amigos. Me niego a usar ese “parce”, horrible término que pretende remplazarlo.