Por: Habib Merheg
Potencia, valor, futuro, vida, son algunas de las palabras que se me vienen a la cabeza cuando pienso en el departamento más olvidado de Colombia.
Chocó ha sido por razones de ubicación geográfica y de desdén político una zona de inmensa riqueza que los colombianos todavía no descubrimos. Intuimos que sus fronteras encierran unas características que lo hacen fascinante, nos han hablado de su oro y de su platino y de sus selvas inexpugnables.
Pero intentar adentrarse en sus misterios, navegar sus majestuosos ríos que son verdaderas venas, potentes, briosos, vitales y, sobre todo, conocer y compartir con los chocoanos, es descubrir una parte de Colombia que está pidiendo a gritos que la escuchen y ofrece a manos llenas sus valores no solo materiales sino los más ancestrales, aquellos que han formado una cultura única, riquísima, emocionante. Todo en medio de una amplia sonrisa, un abrazo fraterno, una humanidad sin límites.
En Chocó coinciden dos de los grupos poblacionales que en Colombia han llevado quizá la peor parte: los indígenas y los afros. Padecen narcotráfico, guerrilla, minería ilegal y abandono. Pero es tanta su riqueza natural, tanta su fortaleza étnica y tan privilegiada su localización que aún con sus graves problemas, es una tierra que promete, que está mas cerca de las soluciones optimistas que de los problemas que a veces parecen apocalípticos.
Dentro de la variada geografía colombiana, cada rincón que se descubre siempre deja una muy grata impresión bien sea por su población, su paisaje, su gastronomía, su empuje. Chocó las tiene todas.