Más que pedir volver a las aulas o la apertura de los bares, los medios registran como problema a resolver, que vuelva el fútbol. En Colombia, en el mundo. Incluso en el barrio.
El deporte está quieto. El recreativo y el competitivo de cualquier nivel pide con desespero de paciente grave por el Covid-19, que lo dejen respirar, que le den oxígeno. Y por todo el mundo surgen soluciones -cual ventiladores mecánicos-, desde la prensa, las asociaciones y hasta de los fieles clientes del gimnasio de la esquina, que pretenden resolver un asunto importante desde los ojos de los aficionados y los patrocinadores más no tanto de los gobiernos.
Porque los primeros piensan desde la pasión o desde el interés económico y los segundos lo hacen con menos de la primera y preocupados por la estrechez de lo segundo.
El fútbol volverá, dicen, pero a puerta cerrada (léase sin público en las tribunas), sin abrazos en las celebraciones del gol, con asepsia. ¿Eso es fútbol? No. Será otra cosa, como un café sin cafeína, una leche sin lactosa, una “carne» de soya, una cerveza sin alcohol.
Y terminaremos acostumbrándonos, seguramente. Y moldearemos la pasión que define un hincha. Y hasta descubriremos en la virtualidad, los placeres que -aún no comprendemos-, puede tener “jugar fútbol “ desde la sala de la casa manejando con botones a Cristiano y a Messi y derrotando contrincantes ubicados en cualquier lugar del mundo con los cuales nunca intercambiaremos banderines, nos agarraremos a patadas ni oiremos sus hinchadas enfurecidas recordándole al árbitro que él puede equivocarse pero jamás en contra nuestra.
Si no llega pronto el tratamiento y la vacuna o hasta que eso pase, tenemos que aceptar que el Covid-19 ganó el partido y desde sus tribunas sus hinchas nos gritan “Ciao Fútbol “.