Por: Habib Merheg
Lo sucedido el martes 8 de Febrero en Pereira es una copia idéntica a lo ocurrido a solo pocas cuadras en 1977: un derrumbe se viene contra las casas ubicadas al borde del río causando muertos y destrucción.
Fue en el Barrio Risaralda, causó decenas de muertos y con esa experiencia, fácilmente puede adivinarse lo que sucederá en los próximos días: lamentos oficiales, colectas públicas, medios cubriendo el desastre y la pobreza, entierro colectivo y promesas de todo tipo desde la oferta de una lejana reubicación hasta la infaltable “investigación exhaustiva”. Al final, todo seguirá igual seguramente. Aunque hay ejemplos que permiten pensar distinto.
Lo cierto es que ni la nación, ni la ciudad, ni el departamento tienen una solución a este problema que se multiplica tantas veces como viviendas hay en lugares no recomendables. Es un asunto que sobrepasa las capacidades del estado.
Para ser claros, lo que pasó pudo ser -y alguna vez será sino se toman las medidas necesarias-, una verdadera catástrofe de dimensiones apocalípticas porque la cantidad de viviendas que hoy están construidas al borde del río Otún y frente a un inmenso bloque de tierra, es grandísima.
No solo sobre el río Otún sino sobre el río Consota. Hace apenas algunos años una creciente del último inundó los predios donde está la Universidad Católica, una construcción que a ojos de expertos ocupa lo que se llama la “madre vieja” del río, es decir, un lugar por donde el cauce del río pasó y volverá a pasar en la medida que su caudal aumente. Son tierras del río.
Como lo son las del barrio Poblado 1: una inmensa playa donde se construyeron cientos de casas y que afortunadamente no ha sentido los reclamos del río. Aún.
Hace años luego de otra tragedia anunciada, se decidió reubicar a las familias que vivían sobre la margen izquierda del río Otún en la zona más oriental de la ciudad (aún es posible ver vestigios de las casas yendo hacia La Florida), y aquellos que estaban construidos al lado y lado de la vía conocida como La Popa, sector donde había construcciones muy viejas, algunas de varios pisos al igual que las casas construidas en lo que se conoce como el Vía Crucis que, entre otras cosas, tomaban el agua de forma clandestina haciendo perforaciones sobre el muro de la acequia que conectó durante años la bocatoma del río y una represa localizada en el sector de La Badea desde donde caía el agua para generar energía en una pequeña planta ubicada en el barrio El Triunfo. Esas perforaciones pusieron en riesgo la estabilidad del muro y por esa razón más la del riesgo de derrumbe en un caso y de avalancha en otros, se hizo la reubicación que no estuvo ajena a problemas y reclamos. Debido al riesgo, la acequia dejó de funcionar al igual que la represa.
Esa reubicación es una muestra de que sí se puede hacer y seguramente se evitaron muchas pérdidas de bienes y sobre todo de vidas, con esa decisión.
Visité hace meses a una familia que vive en las orillas del río y desde la sala de su casa se podía oír la fuerza de las aguas, ante lo cual pregunté si eso no les asustaba. Acostumbrados como estaban en su familia a esa condición me contestó que en invierno sí les daba un poquito de miedo pues el río se subía casi hasta su vivienda. ¿Qué hacen, entonces?, pregunté. Dormir con zapatos, me respondieron.
Mas allá del apunte con el que los colombianos sabemos tomarnos las desgracias, lo cierto es que tragedias como la del barrio La Esneda son evitables. Siempre existirá el problema del presupuesto por parte del estado y del rechazo de los pobladores de zonas de riesgo. Pero en momentos como los de hoy es cuando se comprueba que salvar vidas es mérito suficiente para superar los obstáculos.