Y así, de un momento a otro y gracias a la reacción desbocada de una anónima ciudadana, Colombia descubrió que en sus dominios existe el racismo, la discriminación y la xenofobia.

Doña Esperanza Castro, la mujer que se hizo famosa por manifestar vociferante y rayando el código penal su opinión sobre las personas de piel negra, hoy es la noticia de todos los medios que presentan la labor de búsqueda de la Fiscalía y de la Policía cual si la señora fuera la reencarnación de Escobar.


Obviamente, al ver la metida de pata que dar su opinión significó, la señora Esperanza se perdió. Y al saberse buscada por las autoridades, estará metida en el rincón más oscuro posible -si se vale la calificación del lugar recóndito donde debe hallarse-.


“Los negros roban, atracan y matan. ¿Qué educación tienen?”, fueron algunas de sus palabras y bastaron para que el fiscal general no desaprovechara el papayazo y anunciara un macrooperativo.


La señora Castro debe estar arrepentida de haber dicho lo que dijo, no de pensar como piensa. Y lo dijo al fragor de una marcha convocada en torno a un presidente que fue guerrillero y a una vicepresidente que es negra, dos características que de frente o de forma solapada, promovían los de la propia marcha. Lo que dijo lo hizo al calor de la convocatoria y sin pensar en las consecuencias para ella.


Si las autoridades persiguieran el racismo y la discriminación de la forma como dicen que perseguirán a Esperanza Castro, las cárceles que ya están llenas se atiborrarían al punto que no cabría nadie más, ni los propios fiscales que hasta que la señora dijo lo que dijo se preocuparon por cumplir su deber pues racismo y discriminación es lo que se vive a diario en el país sin que pase nada.

Habib Merheg Marún