Por Mao Escribidor
A finales de los 80’s tuve la oportunidad de conocer a Jorge Emilio Salazar, quien en su momento era uno de los actores más reconocidos del país, el único capaz de desayunar con un trago carretero de aguardiente y un buñuelo antes de entrar a clase en la Escuela de Ciencias y Artes Escénicas en Teusaquillo. Fue justo ahí, donde tuve la oportunidad de conocer a Edgardo, al profesor Román, un Indio de carácter fuerte, mirada profunda y sabiduría en su pensamiento. Entré a su salón de clases, sólo como visitante y recibí mi primer regaño por no saludar como era lo apropiado.
Este bogotano nacido el 04 de Agosto de 1.950 fue de los pioneros en la televisión colombiana, en aquella época en que Rojas Pinilla trajo la televisión al país. Estuvo en grandes producciones de la televisión colombiana, pero la sacó del estadio cuando tuvo a su cargo la personificación de Jorge Eliecer Gaitán, el ídolo político del pueblo.
A juicio de los expertos, esta interpretación fue la cumbre de su carrera, no sólo por su parecido físico con el personaje, sino por esa majestuosa personificación que dejó a todo el país impactado por la fuerza y la caracterización de Edgardo.
Participó en al menos 46 películas, entre ellas Tiempo de Morir, Cóndores no entierran todos los días, Crónica de una Muerte Anunciada, El Embajador de la India, La Estrategia del Caracol, La Máscara del Zorro y otras películas que llegaron a las salas de cine de Colombia.
Nuestro Edgardo Román, a mi juicio, es comparado con estrellas de Hollywood como Morgan Freeman, James Earl Jones o Forest Whitaker, todos actores profesionales que no representan al actor bonito y fascinante de Hollywood. Edgardo era el Indio, el que representa la raza nativa de Colombia, el que a punta de talento logra conquistar a los espectadores, ese a mi juicio, es el verdadero actor.
Edgardo lleva una carga muy pesada, tiene cáncer y está enfrentando un momento muy difícil, no sólo por su enfermedad, sino por las circunstancias de una pandemia que hoy, hace los procedimientos más complejos, teniendo que acudir a tutelas y apoyo de la comunidad para seguir su tratamiento.
Duele un país en donde a un Popeye, criminal confeso y condenado, le realizaron todo su tratamiento a costo del Estado y a un héroe de nuestra historia cinematográfica lo tienen en el abandono. Inaceptable para una sociedad que tiene una deuda moral con nuestro personaje.
Gracias a Dios, El Indio es fuerte, es un guerrero que sigue su lucha por la vida y enfrenta sin temor los retos que le pone el destino.
A él, este pequeño homenaje de mi parte que se une al clamor de millones de colombianos que nos divertimos, lloramos y sufrimos con sus personajes, nadie le quita lo bailado a Edgardo, su mercé tiene un lugar en los corazones de esta nación, es y será recordado como uno de los más grandes, uno de los más comprometidos con su carrera y gracias a sus buenos genes artísticos, nos deja a un Julián Román que sigue los pasos de su padre y hoy se convierte en orgullo de la familia Román.
Al Indio dedicamos esta columna de admiración, de exaltación y amor.