Está bien que Colombia haya celebrado de nuevo elecciones al Congreso y consultas para elegir candidatos presidenciales, pero está mal que la participación haya sido menor al 50%. Es decir, de cada 10 personas, de cada 10 vecinos suyos mayores de 18 años, de cada 10 amigos o familiares, a 5 no les importó votar para elegir sus representantes.
Está bien que a las 8 de la noche del día de elecciones, ya se tuvieran datos respecto a ganadores y perdedores, pero está mal que la Registraduría -que en su publicidad pregona que es la “del siglo 21”-, se comportara como una del siglo 19 y esos mismos resultados fueran de inmediato cuestionados por muchos candidatos y movimientos políticos que reclamaban como extraño que en miles de mesas no hubiera ni un solo voto por ellos.
Está bien que después del escrutinio aparecieran miles de votos que no habían sido registrados por los jurados de votación y que el registrador anunciara que no había existido fraude sino errores en el proceso y que las cifras de ese escrutinio eran definitivas. Pero está mal que a las pocas horas cambiase de opinión y pensase en sugerir un reconteo total de votos. Por fortuna, al momento de escribir esta columna, parece que no va a hacer tal solicitud al Consejo Nacional Electoral.
Está bien que, de acuerdo con su tradición, los partidos de oposición al gobierno de turno teman, sospechen y anuncien posibles fraudes. Pero está mal que sea el propio partido de gobierno y en cabeza de su dirigente mayor, el que llame a desconocer resultados electorales. Está mucho más mal, que nunca hasta el momento de saberse claramente perdedores frente a su archi rival, mencionaran la posibilidad de ser víctimas de un supuesto sabotaje electoral.
Está bien que en competencia democrática se luchen los votos y se defiendan. Pero está muy mal que, debido a un pésimo desempeño de la registraduría, quede en el ambiente un presagio extraño frente a las elecciones presidenciales que ninguna entidad estatal hasta el momento se ha encargado de despejar.
Está bien, en fin, que, a pesar de todos los problemas, podamos hablar de elecciones y de democracia. Estaría muy mal que en lugar de eso viviéramos en un régimen donde opinar fuera prohibido. Un régimen como al que nos llevaría la idea de no reconocer resultados electorales en el que participaron cientos de miles de jurados y cuyos escrutinios fueron avalados por jueces de la república.
Está bien competir, pero es pésimo ser mal perdedor.