Opinión: William Ospina
Estamos cansados de esa política de directorios, en la que solo los poderosos y los expertos pueden opinar, y cuando el pueblo opina, es un perturbador y es un intruso. Qué bueno para el poder este modelo en el que somos ciudadanos solo una vez cada cuatro años. Esa voz que nos dice: “Vota y elígenos y ya no opines más”.
Estamos cansados de que la autoridad y la ley y las formas sean más importantes que la gente. Estamos cansados de un mundo que no ofrece salud, sino apenas remedios y quirófanos, en el que la salud hay que esperarla y suplicarla y sufrirla. Estamos cansados de que las decisiones que nos afectan a todos solo consulten el interés de las corporaciones y la voluntad de los políticos.
En Colombia, en 1948, no solo mataron a Gaitán sino al país campesino, al país mestizo, al país indio. Nos ordenaron darle la espalda a la naturaleza y decirle adiós a la agricultura, para imponer un modelo de desarrollo que ahora está matando al mundo.
Estamos cansados de ya no saber lo que comemos, en una época absurda, cuando los alimentos no son salud sino fuentes de enfermedad.
Estamos cansados de que sea la gente la que les pide audiencia a los políticos y no los políticos a la gente. Estamos cansados de que las decisiones sobre cada páramo, cada río, cada bosque, cada cañada, cada rincón del territorio, las tomen los que no los conocen, ni los aman, ni los han visto nunca.
Estamos cansados de vivir como extranjeros en nuestra patria y como extraños en nuestro mundo, pidiéndoles siempre permiso a unos dueños.
Estamos cansados de tener una juventud sin ingresos, una ciudadanía sin oportunidades, una naturaleza que no conocemos, una fábrica de agua que destruimos, ríos envenenados, bosques talados, selvas que fueron siempre el pulmón del planeta y ahora viven bajo amenazas crecientes.
Estamos cansados de una educación que no nos ayuda a ser humanos, que no nos enseña a ser responsables, que nos enfrenta los unos a los otros, que nos hace avergonzarnos de nuestros abuelos, que no nos enseña a cuidar el mundo, que no nos da lecciones de orgullo, ni de dignidad, ni de grandeza.
Estamos cansados de esperar: de esperar el gobierno generoso que nunca llega, la economía incluyente que está cada vez más lejos, la prosperidad que prometen, la paz que diseñan sin nosotros, la vida bella que merecemos y que siempre hay que dejar para después.
Estamos cansados de un desarrollo que envenena al mundo, de un progreso que no nos hace mejores, de una comunicación que nos hace egoístas y sordos, de una riqueza que produce muerte, de una política que produce odio, de un estilo de vida que solo produce desdicha e insatisfacción.
Estamos cansados de humo, estamos cansados de urgencias, cansados de un consumo que solo genera basura y angustia. Estamos cansados de papeleos, estamos cansados de trámites, cansados de la voracidad de los bancos y de su tanto por ciento, cansados de que sólo los que engañan sean dignos de crédito.
Cansados de un modelo que les mezquina las monedas a los pobres para poderles entregar los billones a las grandes maquinarias corruptas que cumplen con todos los trámites.
Estamos cansados de que el mundo sea ancho y ajeno. Cansados de que ellos se queden con el mundo y a nosotros nos dejen las fotografías.
Estamos cansados de amar con vergüenza, de engendrar con miedo, de trabajar sin ganas, de luchar sin fuerzas, de morir sin gracia. Y estamos cansados de ser los cómplices de nuestros verdugos, de elegir a los que nos matan, de alimentar a los que nos roban, de admirar a los que nos desprecian.
Estamos cansados de que cueste tanto una educación que nada resuelve. De que inventen estratos y castas para que cada uno de nosotros quiera ser más que el otro, de que nos dividan para beneficio de ellos, que siempre están unidos para devorarnos.
Cansados de que nos sigan diciendo que al crimen se lo combate con criminales, que a la pobreza se la combate con jueces y cárceles; cansados de que las soluciones sigan siendo las mismas que nunca solucionaron nada.
Queremos un país y queremos un mundo. El resultado de 200 años de falsa democracia son los ríos envenenados, los páramos destruidos, las selvas taladas, las ciudades rodeadas de miseria, el hambre en los vientres y el odio en los corazones.
Estamos cansados de esperarlo todo y de no recibir nada. Estamos cansados, pero ese cansancio no es una derrota. Porque la poesía expresa el alma de los pueblos, y un poeta nuestro, Barba Jacob, escribió los versos más valientes de toda la poesía universal:
“Nada, nada por siempre, y merecía
Mi alma, por los dioses engañada,
La verdad, y la ley, y la armonía.
Sé digna de este horror y de esta nada, Y activa, y valerosa, oh alma mía”.
Director: Habib Merheg Marún