Todos los que el 6 de septiembre de 1993 fuimos testigos de la goleada 5 a 0 que Colombia le metió a Argentina en el estadio Monumental de Buenos Aires, sabemos que ese partido no se nos olvidará jamás y casi que podemos recitar de memoria la alineación que comandaban el Pibe Valderrama, Óscar Córdoba y Faustino Asprilla.
Podemos devolvernos en el tiempo y revivir la euforia irrepetible, las miradas de incredulidad entre nosotros mismos solo superadas por la de, nada más y nada menos, el astro Diego Armando Maradona quien desde la tribuna veía como los nuestros metían uno, dos, tres, cuatro, ¡cinco…! y lo obligaban a despedir la tricolor con aplausos de reconocimiento por esa jornada inolvidable para ellos y tatuada en el alma para nosotros.
Pasamos de la incredulidad de poderle ganar así a Argentina, a la locura de la celebración que desató todos los demonios: alcohol a raudales, maicena por toneladas, caravanas interminables de hinchas que como hordas conquistadoras no se paraban ante nada y ante nadie.
La revista Semana de la época cifra en 82 muertos (de ellos, 64 por homicidio), y más de 700 heridos tras la celebración. Leyeron bien: ¡84 muertos por haber ganado un partido!
El fenómeno fue examinado por expertos en sicología, sociología y serios investigadores sociales cuyas conclusiones permiten predecir, lamentablemente, que hechos similares podían repetirse si el domingo ganamos la Copa América jugando contra Argentina.
Hay algunas coincidencias entre la época de la goleada y hoy respecto a qué elementos pudieron hacer reaccionar así a los colombianos en la celebración. El director del Centro Nacional de Consultoría para la época, Carlos Lemoine, en el diagnóstico publicado por la revista en mención, señaló al orgullo excesivo por los triunfos deportivos, a la alta irritabilidad (49% de la población según su estudio), y al porcentaje de colombianos que consideran que es válido hacer justicia por mano propia (23%), como las principales razones de una reacción tan mortal.
Si a esas condiciones se les sazona con alcohol sin límites, el desenlace se entiende un poco mejor.
Los triunfos de la selección de fútbol son escasos y un 5 – 0 ante los argentinos significó para muchos, más que una Copa Mundial. Había motivo para celebrar. Desde ese entonces a la fecha, no hemos vuelto a ganar nada verdaderamente importante con excepción de la Copa América de 2001 en un torneo jugado en el país sin la presencia de Argentina y con muchos de los mejores jugadores de otras selecciones ausentes. La frustración por falta de triunfos está latente.
Si, como pienso, el exacerbado orgullo por triunfos deportivos, la irritabilidad y la validación a hacer justicia por mano propia, no han cambiado mucho de 1993 a hoy, solo falta el detonante de lo que podría ser una catástrofe: que le ganemos a Argentina.
Ojalá que sí, pero sin desmanes, sin locuras, sin muertos.