La Española fue como llamaron los conquistadores a la isla que hoy comparten República Dominicana y Haití, dos naciones tan diferentes en todo sentido que no parecen que compartieran el mismo pedazo de tierra en medio del mar caribe sino que pertenecieran a dos galaxias separadas por años luz.
Porque mientras Dominicana está poblada mayoritariamente por mulatos, su vecino es primordialmente poblado por descendientes directos de los esclavos africanos que los diferentes imperios de la época trajeron a América como mano de obra barata para remplazar a la otra mano de obra más barata que habían aniquilado: los indígenas.
Mientras Haití navega en la pobreza absoluta producto de años de dictaduras de los Duvalier y sus temibles escuadrones de la muerte a las cuales sucedieron gobiernos cuya característica es la inestabilidad, corrupción y desempleo, su vecino, que también padeció la dictadura de Trujillo, se mantiene dentro de indicadores económicos y democráticos que permiten decir que avanza, que se desarrolla. Los diferencia también su religión, su idioma, pero sobretodo, los niveles de pobreza.
Presidente tras presidente, Haití ha estado sumergido en conflictos, amenazas de golpe, golpes, corrupción en todas las esferas, mezcla que a pesar de las ayudas internacionales ha mantenido al país en una pobreza que lo carcome por todos los lados.
En medio de ese escenario, su presidente es asesinado dentro de su propia casa, según los medios, por una treintena de mercenarios de origen colombiano que llegaron hasta su casa, lo torturaron, lo balearon, hirieron a su esposa y luego fueron atrapados por la población o por la policía de la isla.
El crimen de un presidente de una nación por pobre que sea esta, es un magnicidio, es un crimen atroz con profundas consecuencias aun por verse.
Respecto al papel de los colombianos en ese asesinato, cabe la expresión popular: a esa mesa le falta una pata. La historia sobre quiénes contrataron, a quiénes, para qué, tiene tantas versiones que hacen que la misma “cojee” por alguna parte.
Porque una treintena de mercenarios no se mueven tan sencillamente como pedir pizza a domicilio, porque había un par de estadounidenses entre los matones, porque fueron capturados sin que al parecer tuvieran un plan de fuga (¿semejante crimen y no huyeron…?), porque sin haber sido sometidos a juicio hasta el presidente Duque refiriéndose a los colombianos capturados dijo que “hay una participación de todo ese grupo en ese magnicidio», porque el FBI se metió en la investigación (¿el FBI…?), porque las autoridades colombianas dan declaraciones tan delicadas del crimen y de sus autores como si hubiera sido cometido aquí y no allá, porque hoy acusan a su primer ministro de ser uno de los autores intelectuales, porque la viuda no ha hablado en “vivo y en directo” y también acusó a los detenidos de haber cometido el crimen, porque al parecer su escolta no reaccionó, en fin, un sinnúmero de razones que hacen pensar que de esa novela solo hemos conocido su dramático final: el presidente ha muerto.
Como en casi todos los crímenes de este estilo, quizá no lleguemos a saber la verdad completa. Por ahora sería muy útil para el país y para sus fuerzas armadas, conocer en detalle en calidad de qué estaban sus ex miembros en la isla y quién está detrás del reclutamiento para que por lo menos por el lado nuestro, la mesa no se vea tan coja.