Cuando se estaba discutiendo el tratado de libre comercio (TLC), con Estados Unidos que entró a regir a partir de 2012, se nos ofreció abundancia, disponibilidad, variedad en la oferta y, cómo no, mejores precios que los que podría ofrecer la industria nacional. Si lo de afuera es mejor y más barato y está disponible siempre, ¿para qué ponernos a producir si sale más caro y es más malo? Eso nos dijeron.
Pues bien. La noticia que esta semana ocupa los titulares de todos los medios en Colombia es la escasez de cerveza. Un poco frívola toda vez que se trata de consumo de alcohol -sobre todo porque con los excesos propios de la temporada navideña cualquiera pensaría que es mejor que no haya licor disponible-. Pero esa es otra discusión ya que el que quiere beber y embriagarse siempre encontrará con qué hacerlo. El tema es la razón por la cual la cerveza está escasa.
Ha dicho la empresa que maneja casi como monopolio el negocio cervecero, que la principal razón de la falta de cerveza es que no disponen de cebada. De cebada importada, exactamente. No propiamente de nuestro campo que en épocas pasadas tuvo importantes áreas de siembra del cereal que cubrían en gran medida la demanda local y que hoy prácticamente está reducida a cero. Viene de otros países y hoy o no la tienen disponible, o no la quieren vender, o sus precios están por las nubes con dólar a $4.000 o porque el grave problema de transporte fluvial que afecta el comercio internacional de todo lo imaginado -pues no hay ni buques ni contenedores y sus tarifas se han incrementado hasta en 4 veces respecto a lo que se pagaba antes de la pandemia-, no permite la llegada a tiempo del insumo.
El tiempo hoy nos da la razón a quienes nos opusimos con vehemencia a la firma de tratados de libre comercio injustos con el país y que castigaban sin clemencia a la agroindustria. “Agroindustria” es una palabra que si la quisiéramos traducir libremente significaría “comida”. Es del campo de donde sale todo lo que nos comemos. Pero el país decidió abandonar esa actividad y entregarse en los brazos del libre mercado, un amante impredecible, caprichoso y carente de sentimientos que hoy nos tiene sin cerveza y mañana puede dejarnos sin comida.
Porque, así como pasa con la cebada para la cerveza, está pasando con el maíz para la fabricación de alimentos concentrados para animales. Y las consecuencias ya se sienten en la mesa de los colombianos, sobre todo en la de los de menores ingresos. El caso del huevo, principal proteína de la dieta de millones de hogares es catastrófico. Y de la carne de pollo o de cerdo, ni hablar. La ganadería de leche también está sufriendo los sobrecostos de la actividad derivados del incremento desalmado del precio de los concentrados cuya materia prima principal es el maíz que viene de Estados Unidos pues aquí, gracias al TLC y a manejos errados en la política agropecuaria, el maíz nacional es solo un componente marginal dentro del consumo interno.
Con áreas aptas para cultivar comida en casi todo el país, depender de las importaciones es un despropósito. Y no es tanto por la cerveza. Es por la comida. Porque hoy, aunque muy cara, se consigue. Pero si no se corrige el rumbo podemos llegar al escenario menos deseado: la inseguridad alimentaria.