OPINIÓN: MAURICIO GUZMÁN CUEVAS

Mientras La Comisión de la Verdad rendía su informe sobre sobre el conflicto armado en Colombia, yo iba escuchando las primeras palabras del padre Francisco de Roux Rengifo en el carro camino a Ibagué, al departamento del Tolima.

Luego de la primera hora se fueron viniendo a mi memoria muchos recuerdos compartidos por mi padre Virgilio Alfonso Guzmán Rengifo.

Era oriundo de Ibagué, donde vivió su infancia entre la finca El Diamante y el casco urbano cerca al conservatorio de música. 

Luego, cuando mi abuela Adelaida enviudó, envió a sus hijos menores internos al Colegio de Nuestra Señora, en Manizales. Ya adolescente y viviendo en el Tolima los Guzmán fueron perseguidos por liberales y Fabio, uno de los mayores, asesinado en la finca. Muchos de ellos emigraron a Bogotá, Medellín y Cali.

Mi padre conoció a mi madre Graciela Cuevas Gamboa, una Caleña Raizal con quien formó un hogar del cual nacimos Clara Margarita, Mauricio, Andrés y Alejandro. Trabajó en el sector empresarial, pero siempre conservó su vocación campesina. Por ello desde niño tuve la fortuna de disfrutar la vida en todo su esplendor y exuberancia. Los amaneceres coloridos llenos de cantos y música que desataban en concierto inigualable las aves; el mugido de una vaca recién parida llamando a su cría; el relincho infantil del potro corriendo con los primeros rayos de sol; el gallo pisando la gallina o el toro saltando la vaca como la más natural expresión de amor.

En ese entorno se formó mi espíritu lleno de gracia y afecto. También conocí el peligro de cerca cuando casi pierdo un ojo por estar jugando alrededor de una picapasto. O el miedo cuando decían que los bandoleros habían asaltado en el kilómetro 18 y nosotros vivíamos en el 19. Apenas con 6 años. Cuando se oían ruidos y estábamos con mi mamá, ella gritaba fuerte «¡¡¡Fernandooo la escopetaa!!!” Y él, que era el primo mayor contestaba: «cual escopeta, si aquí no hay nadaaaa…».

Sobre esta violencia nunca hubo verdad. Liberales vs conservadores que luego se alzaron en armas como FARC. Más adelante, en la adolescencia, fui cunicultor y mientras mis compañeros jugaban o enamoraban o fumaban yo refugiaba mi timidez en la cría de conejos con 600 hembras en producción por el bosque municipal de Cali.

Cuando mi padre compró un predio grande en Puerto Gaitán, Meta, terminaba mi colegio e ingresé a la universidad. Iba a estudiar zootecnia, pero José Yamel Riaño, quien era mi profesor en 5 y 6 bachillerato me entusiasmó con el derecho y la política. Ellos habían formado el M19 y obraban en la clandestinidad. 

La otra verdad que he podido vivir del conflicto armado en Colombia es mi testimonio de vida en una mezcla de política, guerrillas, narcotráfico, paramilitares, crimen común, inseguridad urbana, etc. De los llanos perdimos las tierras entre las deudas bancarias y sus intereses impagables y los despojos de ganado e invasiones de las guerrillas 1.977. El Estado y su aparato despreciaban las denuncias y solo la ley de la selva prevalecía. 

Mientras esto sucedía con nuestra vida familiar conocí a Marino Rengifo Salcedo y con él emprendimos, al lado de Luis Carlos Galán, la defensa de los principales valores de la democracia liberal. También fue asesinado por una alianza de capos del narcotráfico, enemigos políticos y agentes del estado. No hay verdad después de 33 años. 

Me casé con Luz Elena Azcárate y a los pocos años fue asesinado mi suegro Camilo Azcárate Vergara en una oscura relación de secuestros y atracos entre guerrilla y fuerza pública corrompida que operaba en la zona de Buga. Ni siquiera hubo respuestas de la Justicia. Solo perdón y olvido por parte de las víctimas.

Acompañé la firma de los acuerdos de desmovilización de Corinto y los de paz con el M19. Siendo congresista y gobernador propicié su incorporación a la vida civil y nombré secretarios de despacho a exguerrilleros.

Cuando estuve en mi campaña política para ser elegido senador periodo 1.994-1.998 cometí el error de permitir ingreso de dinero del narcotráfico para financiar las campañas, en lo que se llamó el proceso 8.000. Asumí mi responsabilidad por esa conducta reprochable y fui condenado por enriquecimiento ilícito. Cumplí mi castigo y todavía hoy somos los únicos con muerte política en vida. No maté a nadie. No le robé un peso al Estado ni a particular alguno.

Simplemente por la aplicación de una verdad a medias. Nos impusieron unos castigos selectivos con condena a muerte política. 

En el informe final de la comisión de la verdad se esquivó el papel de los expresidentes López, Turbay, Belisario, Samper, Pastrana, Uribe, etc. En su relación con los capos del narcotráfico y la financiación de sus campañas o la toma del Palacio de Justicia financiada por Pablo Escobar. Como si el pacto de silencio debe continuar y con los ya condenados bastó para lavarse las manos las élites políticas, empresariales y sociales.

Debo reconocer que, esta semana en el campo, la situación de violencia no cesará mientras el combustible del negocio ilícito de las drogas siga como tal y las disputas por rentas ilegales sea el pan de cada día. El consumo es un vicio y enfermedad que debe ser tratado y no perseguido como crimen. Esta verdad merece ser afrontada.

Saludo que coincidamos la mayoría que la paz rural nos permitirá la seguridad alimentaria y por fin ofrecerles a los compatriotas volver al campo, producir, recrearse y llenarse de vida disfrutándolo. 

Por más que nos duela la verdad selectiva que vuelve a imponerse privilegiando a un sector, rompamos las cadenas de odios, reconozcamos nuestra indiferencia con la atrocidad y evitemos repetirla.