Gustavo Petro se posesionará el próximo 7 de agosto, pero desde el mismo día de su elección ha estado dando pasos largos y firmes que anuncian el tono de lo que será su gobierno. Su reunión con el candidato perdedor Rodolfo Hernández y con el que sería el jefe de la oposición, Álvaro Uribe, formar mayoría en el Congreso con partidos de todos los colores, el nombramiento de Álvaro Leyva como canciller, de José Antonio Ocampo como ministro de Hacienda y de 4 mujeres en ministerios importantes más el anuncio de la apertura de la frontera con Venezuela, son algunas de las primeras decisiones que permiten avizorar cómo será el comienzo del nuevo gobierno.
Pronunciamientos inteligentes, nombramientos sorprendentes y acertados (como el del canciller), posiciones audaces como abrir la frontera lo cual lleva intrínseco el mensaje del establecimiento de relaciones con quien fue uno de los principales socios comerciales del país, no pasarán de ser un poco mas que retoques decorativos si no se trabaja y fuertemente en la economía. Y la economía de los países de casi todo el mundo tiene al frente hoy a dos de los más poderosos enemigos que pueda enfrentar: la recesión y la inflación.
Frente a la segunda, el nuevo gobierno debe apuntar todas sus energías. Porque la inflación trae consecuencias graves y profundas que, a diferencia de otros males que la afectan, le arranca del bolsillo la plata a los ciudadanos que ven cómo se encarece todo y, a veces, muy rápidamente.
El DANE confirma en sus investigaciones que la inflación en todo el país se acerca peligrosamente a dos dígitos con ciudades como Santa Marta que ya superan el 13%. Y no es solo un mal local, no. A nivel global, el aumento de la demanda post pandemia y la disminución de la oferta debida ésta entre otras razones a la crisis de materias primas, la guerra de Ucrania y la política para enfrentar el COVID en China que no vacila en cerrar por completo ciudades con millones de habitantes ante la mas mínima alarma de contagio, auguran tiempos difíciles para las monedas de todo el mundo.
Entonces, ¿no será hora de dolarizar la economía y adelantarse a una crisis en la que puede dar al traste con todas las buenas intenciones del nuevo gobierno?
El ministro de hacienda designado, José Antonio Ocampo, ha dicho que no está de acuerdo y junto a él se dividen los grupos a favor y en contra de una medida tan audaz. Pero cuando cambian las condiciones, cambian las decisiones. O por lo menos, debería pensarse en cambiarlas sopesando los pros y los contras porque la verdad es que un dólar volátil que azota el peso de forma inmisericorde no será un buen compañero de viaje en el tema económico para el nuevo presidente.