Nacidos de alguna de las 200 jovencitas que violó, ahora lideran 12 de las estructuras armadas del Magdalena. Su primogénita Amparo dirige Los Pachencas .
Como sacado de una película de terror, Hernán Giraldo, dominaba todo el territorio de la Sierra Nevada de Santa Marta y lejos de pedirle a los dueños de finca por una cuota reflejada en ganado o dinero, los obligaba a llevarle sus hijas menores de edad y vírgenes para su disfrute personal.
Los padres llegaban hasta los predios de Hernán Giraldo y entregaban a sus pequeñas hijas que eran encerradas en unos cuartos oscuros, fríos y llenos de insectos propios del campo.
Giraldo mandaba a sus anchas con su ejército de paramilitares, determinaba las leyes, nombraba los ascensos, decía quién moría, quien vivía.
Cada noche Hernán Giraldo entraba a las celdas y las violaba. Entre más gritaran las muchachas mayor era el placer.
Los papás dejaban a las muchachas a merced del jefe del Frente Resistencia Tayrona de las Autodefensas Unidas de Colombia.
Si las niñas lloraban los hombres armados que custodiaban al patrón las amenazaban con las bocas de sus fusiles.
A Hernán Giraldo se le conocía en la Sierra con los apodos de «El viejo» o «El Tigre», pero el que más disfrutaba era el de «Taladro», el sobrenombre que se había ganado por su voracidad sexual.
Nacido en 1948 es aún, según su abogado, “un campesino de corazón, el tipo de persona que quiere levantarse de madrugada y trabajar la tierra bajo el sol”.
Para el portal Verdad Abierta este hombre dejó una estela de 67 mil víctimas en la Sierra Nevada y sus alrededores y más de 200 jovencitas violadas.
Nadie sabe lo cerca que estuvo Giraldo de cumplir su gran sueño: formar un ejército, un cuerpo élite compuesto solo de sus hijos, producto de las violaciones. Estuvo a punto de lograrlo.
El número de hijos con el que pobló la Sierra variaba según los informes presentados hasta ahora. La cifra que más parecía ajustarse a la verdad era la de 38 hijos.
Según el trabajo de la investigadora Ana Salazar, que expondrá en el próximo Congreso Internacional de Ciencias Sociales que se llevará a cabo en París, la cifra superaría los 70 hijos.
A Taladro no le importaba si eran niños o niñas, todos iban para la guerra. Incluso hoy su estela de violencia se sigue haciendo sentir en Santa Marta.
Entre el 2006 y el 2018 han pasado 12 estructuras criminales en la Sierra Nevada de Santa Marta. Todas ligadas a la familia Giraldo y su Oficina Caribe fundada en 2005. En su orden: Grupo Especial, Águilas Negras, Los Mellizos, Bloque Cacique Arhuaco, Bloque Nevado, Los Paisas, Los Urabeños, la Oficina de Envigado, Los Rastrojos, La Oficina Caribe, La Silla y Los Pachencas.
La llegada de estos grupo se debe a que los hijos de Giraldo se dividieron. Uno en cabeza de Alberto Giraldo y otro en Cabeza de Daniel Giraldo. Y cada uno de ellos fue atrayendo uno a uno a los 38 hijos de Giraldo más tíos, sobrinos leales y demás familiares. Se mataron entre ellos y hubo bajas de ambos lados. Pero vendieron todo el ganado de Giraldo, más de 4.000 cabezas para reparar a las víctimas.
Esto se agudizó con la extradición de Giraldo que poco a poco fue volviendo a retomar el control a través de los emisarios que desde EE UU. iban saliendo de la cárcel, para proteger sus bienes. Varios de sus hijos cayeron presos: Alberto, Daniel, Hernán y una orden de captura vigente y pedido en recompensa por su hija Amparo.
La presencia de Giraldo en el Magdalena ya va a cumplir medio siglo. Nacido en Pácora, Caldas, apareció en plena bonanza marimbera en la Sierra atraído por la leyenda de la marihuana Golden. En ese momento el más duro exportador de marihuana era un hombre conocido como Drácula.
Los Giraldo desafiaron su poder y Drácula contestó matando a su hermano. La venganza no tardaría en llegar: Giraldo duró una semana desmembrando con paciencia el cuerpo de Drácula, mientras lo torturaba le sacaba rutas, le hacía escriturar propiedades, cuando terminó de matarlo ya era dueño de toda su estructura.
Trabajaba directamente con el Cartel de Medellín y estaba encargado de organizar escuadrones de limpieza en toda Santa Marta. Hubo un momento en que no quedó un solo indigente en la zona.
Contrató a un mercenario israelí para entrenar a sus hombres, cuando creyó que ya estaban listos se fueron contra un campamento de sindicalistas bananeros. Era solo un simulacro, pero más de treinta personas fueron asesinados.
Fue detenido, encontrado culpable y condenado a 20 años de cárcel pero en 1989 se voló para la Sierra y allí nadie más lo encontró.
Formó grupos paramilitares, las Farc quisieron matarlo tres veces pero, como los grandes capos, Giraldo era inmune a las balas. Se ganó a la gente con su don de mando, pavimentando como podía carreteras, levantando casas, protegiendo a la gente. Eso sí, como un señor feudal, le encantaban las dádivas, sobre todo si eran jovencitas de 12 años.
Giraldo revivió la temible práctica colonial de derecho de pernada y apuntaba con ojo certero a sus víctimas.
Nunca violó a una negra ni a una indígena. Todas eran blancas y, en lo posible, rubias.
Si reunía estas condiciones el monstruo no perdonaba a nadie, ni siquiera a Daysy, la hija de sus cocineros quien tenía nueve años cuando empezó a abusar de ella.
Siempre amenazaba con que la mataría si abría la boca. A veces les prometía riquezas sin fin, viajes al exterior, cadenas de oro, autos de alta gama y las niñas no tenían otro camino que el de obedecer. Muchas de esas niñas se quedaban a vivir con él en Machete Pelado donde llegó a tener un harén de jovencitas.
Los papás sabían el destino de sus hijas pero no podían impedirlo: a falta de Estado el que mandaba era Taladro y ellos se encargaban de cumplirle a él y a los 200 hombres que conformaban su guardia personal.
En el 2002, cuando su poder cobraba dimensiones imperiales, empezó a armar y formar para la guerra a dos docenas de muchachos, todos mayores de 14 años. Eran sus hijos.
Como un cacique milenario, Giraldo creía que iba a mandar en la Sierra por los siglos de los siglos. Sin embargo, en el 2005, a regañadientes, se sometió a la Ley de justicia y paz.