Opinión: Jaime Orejarena
Con reacciones que no pueden ser motivo de la casualidad sino, por el contario, deben estar inspiradas en la más perversa inteligencia, nos hemos entretenido con lo que dijo un ministro sobre el precio de los huevos en lugar de estar ocupados porque la reforma tributaria de la cual él es orgulloso creador nos va a coger de los ídem. Y fuerte.
La chistosa entrevista (¿se han dado cuenta de lo chistosa que es Vicky…?), presentó en menos de un minuto las razones, las sinrazones, las preguntas y las respuestas a una realidad que si no fuera porque apena, sería como la entrevista, chistosa.
La periodista Vicky (¿se han dado cuenta de lo periodista que es Vicky?), le confiesa en su pregunta-chisme-tertulia al entrevistado, que no tiene la menor idea de cúanto vale un huevo. Y el señor Carrasquilla (que cuando chiquito no soñaba ser bombero sino ser ministro de hacienda y ¡vaya que ha cumplido su sueño!), se lanza al ruedo: acepta, primero, que no tiene idea, para luego dar la cifra chistosa de una entrevista chistosa (¿se han fijado lo chistosos que son Vicky y el ministro?), y alcanza a mencionar a su mujer. Ja. Ja. Y ja.
Pero, ¿por qué no saben los precios de algo tan importante para muchos? ¡Porque les importa un carajo pues tienen y de sobra, con qué pagarlos! Además no los compran sino que los mandan a comprar. Es así de sencillo. De pronto si se les consulta sobre el precio del metro cuadrado en Coral Gables, estén más enterados pues eso sí les importa y hasta puede formar parte de una conversación casual:
- ¿Viste, Alberto, cómo se trepó el precio de los condominios en Miami?
- Claro –dirá él-. Tengo un apartamento allá que está por las nubes.
- Ja. Ja. Y ja.
- Como somos de chistosos, ¿no Vicky…?
No importa si se ponen a 500 pesos (bueno, a eso están los más grandes…). O a 700. Ni se enteran.
Como tienen con qué, el precio les es indiferente.
Igual indiferencia pero por motivos opuestos, es la del drogadicto que ha caído en las garras del peor demonio: el bazuco. Le importa un carajo si sube de precio porque para él ya no es una sustancia que le cause diversión, no. Para él, es como el oxígeno. Sin bazuco no vive. Por conseguirlo roba, se prostituye, mata.
Y en su desespero, acaba con su vida, destruye la familia, llena las cárceles, muere joven con fama no de enfermo, sino de delincuente.
Los otros dos indiferentes, en cambio, se mantienen frescos, con familia para salir en la revista Bocas, presos pero de la dicha y cuando mueran serán recordados por su fama de chistosa periodista y dicharachero ministro que alguna vez mostraron que no se necesita saber el precio de los huevos para clavarnos reformas. Al fin y al cabo, el salario mínimo del país es “exageradamente alto” como dijo el que nunca quiso ser bombero. Ja. Ja. Y snif.