Opinión: Kico Becerra
En estas edades las conversaciones de las reuniones giran fundamentalmente alrededor de las enfermedades y la belleza de nietos que tenemos. No conozco todavía a nadie que me diga que el nieto es un vergajito mal educado, gritón y destructor; para los abuelos que conozco, todos son unos santos, genios y fuera de serie.
De enfermedades ni hablar; cada vez me entero de la existencia de una más rara. Hay una sola que es común a todas las parejas veteranas (aún existen, aunque lo duden). Esa dolencia es sordera selectiva de la pareja masculina; se caracteriza por no escuchar lo que le dice, en voz siempre cariñosa, su pareja femenina. Es denuncia permanente de todas las suaves damas: «Este jumento nunca escucha cuando le hablo»; «tiene oído de lince, menos para lo que le digo»; para ese padecimiento no hay vacuna. El nombre de esta pandemia de esposo veterano se llama: Oto-importaculismo- regañentitis.
Ahora apareció otro tema recurrente en ese segmento escaso de la sociedad: Hablar del puto perro o del gato; resulta que, la ida de los hijos y distancia de los nietos, se suplió con la mascota perfecta. Por chandoso que sea, siempre es divino y parece que habla; además, divinamente educado. La primera vez que se mea en la cama de la pieza del anfitrión, fue precisamente en mi casa. Lo peor es que, andan con ellos: «Vino Pedro y trajo el perro; cierren las puertas, levanten las materas, cubran los muebles».
Si no fuera bastante, esas otrora parejas divertidas con quien platicábamos alegres, bebíamos traguito, bailábamos y cantábamos hasta la madrugada, se deben ir a las 4 P.M., porque dejaron la mascota sola; peor aún, he visto por la calle, en otras épocas, varones elegantes, paseando su chande diminuto o su mastodonte, en calzoncillos, llamados eufemísticamente bermudas, y camiseta ombliguera mostrando impúdicas barrigas; recogiendo popó del perro, cuando nunca le cambiaron un pañal cagado al hijo.
La desvergüenza es tal que, duermen con sus mascotas; sus habitaciones huelen a perro, ay de quien les diga eso. Conozco amistades terminadas por haberse atrevido a decir que sus casas huelen a perro recién mojado, es decir a mierda.
Yo sabía que la vejez no llegaba sola, aunque nunca pensé que llegaría a ver tanta desfachatez.
Ñapa: Mi nieto sí es perfecto; solo grita cuando sus padres no le hacen caso; me están torturando esa criatura maravillosa no dándole lo que quiere. Roque, mi perro mini salchicha, habla conmigo; huele a rosas y tiene un aliento celestial; no duerme conmigo, lo hace con mi patrona.
¡Las cosas, aunque den envidia, hay que decirlas!